divendres, 26 d’abril del 2013

EL TRATAMIENTO FARMACOLÓGICO NO DEBERIA SER LA PRIMERA OPCION PARA EL TDH/A

Infocop | 22/04/2013
Las áreas de Clínica y de la Educación del Colegio Oficial de Psicólogos de Navarra organizaron, recientemente, una sesión informativa para los colegiados y profesionales de orientación educativa interesados en el TDA/H y el tratamiento a seguir.En esta sesión, se presentó el documento “Trastorno por Déficit Atencional con o sin Hiperactividad (TDA/H). Consideraciones para iniciar o mantener un tratamiento con fármacos y sin ellos. 2013”, elaborado por Mikel Valverde, miembro del Grupo de Trabajo Niños y Adolescentes del COP Navarra, y que hace referencia al consentimiento informado de calidad. Este es un documento informativo (del que aquí se ofrece un extracto), de reconsideración anual, para quienes tengan que tomar decisiones respecto a estos niños, o se interesen por ellos, teniendo siempre en cuenta que un documento no puede suplir al diagnóstico clínico. Para realizar el diagnóstico TDA/H se considera el comportamiento del menor en tres áreas: movimiento, atención e impulsividad. Su diagnóstico es descriptivo (el diagnóstico es fruto de la observación de signos en esas áreas), sin necesidad de considerar el sentido de la conducta del menor. Este es un tipo de diagnóstico muy diferente al habitual en medicina, dado que no se realizan pruebas físicas. El evidente gran incremento de menores con TDA/H en los últimos años no obedece a que existan hoy mejores medios para diagnosticar, sino que depende de factores extraclínicos. Hay muchas guías de práctica clínica sobre TDA/H, que pretenden orientar a los clínicos. Entre todas ellas, sólo la Guía Española del Ministerio de Sanidad y Consumo considera que se trata de un trastorno neurobiológico. Ésta es una apreciación poco ajustada a los hechos, ya que los niños que llegan a ser diagnosticados provienen de problemáticas muy diferentes y su comportamiento puede tener variados sentidos. Este campo clínico vive un fuerte y extenso debate en todo el mundo sobre la condición TDA/H, y la forma de tratar a los niños que presentan este problema. Una parte de los profesionales psiquiatras y psicólogos opinan que si el niño ha sido diagnosticado con TDA/H, debe ser puesto en tratamiento con metilfenidato o atomoxetina. Hay muchos tipos diferentes de psicoterapia que pueden ser útiles. Los psicoterapeutas analizan cada caso, encuentran los núcleos problemáticos e implementan técnicas que pueden ser diferentes en cada menor. Las psicoterapias que intentan encontrar el sentido al comportamiento del menor, empiezan por escuchar a éste y a sus familiares, recogiendo sus perspectivas y buscando recursos que puedan ayudar a superar las dificultades. Diferentes orientaciones de las psicoterapias pueden ayudar a superar efectivamente el problema. La utilidad de procedimientos psicológicos está reconocida por publicaciones de prestigio, como la Guía de Práctica Clínica NICE de Inglaterra. Los fármacos actuales tienen una eficacia limitada tanto en el alcance de sus beneficios, como en el tiempo que duran. Hay pruebas que indican que mantener el fármaco durante un tiempo prolongado, unos dos años, empeora el estado de los menores; teniendo éstos un desempeño peor en numerosas áreas que incluyen los estudios y la conducta. Además, es probable que aparezcan problemas indeseados, tanto físicos como de comportamiento, además de otros bien establecidos como un relevante aumento de la presión arterial y un importante declive académico. Asimismo, mantener el fármaco tanto tiempo no ha demostrado ser mejor que, incluso, terapias psicológicas ya un poco anticuadas. En definitiva, y según los estudios actuales, el metilfenidato y la atomoxetina no son la primera opción de tratamiento para el niño que ha sido diagnosticado con TDA/H. La ayuda primera debe ser de tipo psicosocial o psicopedagógica, adaptado a las características propias de cada caso.

dilluns, 22 d’abril del 2013

EL PODER "CURATIVO" DE LA PALABRA

Josep Fita. La Vanguardia.com Sanidad 17/4/2013.
 Analizamos los efectos positivos del lenguaje a través del prisma de la psicología, el 'coaching' y la espiritualidad.

El ser humano es, en esencia, un animal verbal. Eso quiere decir que la acción de comunicarse la lleva inscrita en su ADN. Quizás sea por ello, por tratarse de algo tan ancestral y a la vez tan cotidiano, que muchas veces no somos del todo conscientes del poder que puede llegar a ejercer la palabra respecto a terceros y a uno mismo. Es posible que el simple hecho de tener esta herramienta tan a mano y de utilizarla casi de manera automática haya ejercido sobre nosotros una falsa sensación de inocuidad, tanto en su vertiente negativa como en la positiva, en relación a todo aquello que verbalizamos. Nada más lejos de la realidad. “La palabra puede ser fuente de curación y crecimiento”, explica a LaVanguardia.com la psicóloga Mercè Conangla, una de las creadoras del concepto de ecología emocional y cofundadora de la Fundació Àmbit. Se ha constatado, relata, que las personas a las que se les administra calmantes y, a pesar de ello, siguen sufriendo – “el dolor se puede aliviar con analgésicos pero el sufrimiento psicológico no”- normalizan sus constantes fisiológicas cuando “alguien que se encuentra cerca de ellas les acompaña con esa palabra tierna. Es muy curativo”. En la técnica de la PNL (Programación Neuro-Lingüística) la palabra también tiene un peso fundamental. El lenguaje, como explica Pablo Mora, psicólogo y responsable del centro Coaching Barcelona, supone en este método uno de sus tres pilares fundamentales. “En lugar de interpretar, suponer, o ponernos en el lugar del otro, gracias al lenguaje es posible averiguar cuál es exactamente la experiencia subjetiva de la persona”. Mediante el uso de la palabra, es posible recopilar información útil para, posteriormente, iniciar el proceso de cambio, “ya sea transmitiendo confianza, motivación, induciendo nuevos estados, modificando creencias, instalando nuevos aprendizajes que mejoren su experiencia subjetiva…”. A través del lenguaje también es factible “reaprender a hacer las cosas de otra manera, obteniendo resultados distintos”, afirma Mora. “Se trata de transmitir a las personas que su situación es reversible”. Así ocurrió, por ejemplo, con uno de sus pacientes. Se presentó en su consulta con un diagnóstico más que dudoso de posible dislexia, elaborado por dos profesionales distintos, y con el uso de la palabra –“y de la hipótesis de que el joven no sufría ninguna patología”- se halló la solución. “Le hice notar, conversando con él, que no tenía ningún problema, sino que se trataba de aprender, en este caso, a leer de otra manera”. Sin duda, en todos los casos la credibilidad del emisor es parte fundamental de la ecuación para que el discurso pueda llegar a tener el efecto deseado. En este sentido, cómo no, el contenido del mensaje, pero también el tono utilizado (las pausas, la comunicación no verbal, etc.), se antojan indispensables para que la fuerza de la palabra alcance su máxima expresión. Válido para uno mismo El poder del lenguaje también tiene su incidencia en el diálogo interior que mantiene todo ser humano consigo mismo. Un discurso mental, éste, que en muchos casos hay que combatir por su tendencia a la negatividad (quizás por la propia naturaleza de la mente humana, que “tiene un lado muy neurótico y difícil”, como explicaba en su día Ramiro Calle). También la experiencia vital puede jugar un papel fundamental en este sentido, y es que “a partir de las palabras que hemos recibido, elaboramos nuestras creencias”, recuerda Conangla. “Y éstas son como el software de nuestro disco duro a partir del cual generamos también emociones”. En ambos casos, se da la paradoja de que el problema y la posible solución tienen idéntica base, la palabra, pero usada de forma antagónica. “Así como nos podemos herir, también nos podemos decir palabras que curan”, recuerda Conangla. Parece obvio, sin embargo, que es más fácil destruir que construir, lo que significa que cuesta mucho menos caer en las trampas que te presenta a menudo la mente que urdir un discurso positivo. “Pero para sentirse bien hay que esforzarse”, explica Jaume Grau, profesor de yoga, con más de 20 años de experiencia, y director de la escuela que lleva su nombre. “Nuestro discurso mental nos condiciona. Hay muchos libros que te dicen ‘tu vida es la suma de tus pensamientos’, ‘es lo que te dices a ti mismo’, pero lo que no te dicen es cómo has de pensar o qué tipo de lenguaje has de utilizar”, lamenta Pablo Mora. El sonido, beneficioso Ya no la palabra, sino un simple sonido o vibración, que vendría a ser la versión más primitiva del lenguaje, puede reportar beneficio al ser humano. Los mantras que se recitan en la práctica del yoga serían un claro ejemplo. “El sonido es algo muy primitivo en la raza humana”, apunta Jaume Grau. “Es algo que nos vincula mucho con lo más profundo de nosotros mismos. Escuchas los pájaros, el agua, la lluvia, los árboles y te producen un efecto. Por eso quizás también buscamos el contacto con la naturaleza, con los orígenes, porque también es una necesidad en parte”, agrega. La casa de la palabra Muchas veces, para que la palabra pueda tener el efecto deseado, hay que fomentar un contexto adecuado. Los gritos, la soberbia, la petulancia… todo son obstáculos que pueden hacer acto de presencia en innumerables ocasiones minando la posibilidad de que la comunicación fluya. Esto lo tienen muy claro en Mali. Según explica Mercè Conangla, en muchos pueblos de este país africano existe una construcción, “hecha con adobe y recubierta con paja y troncos”, a la que se le denomina la casa de la palabra. Es un lugar para dirimir, pacíficamente, posibles disputas. Para empezar, estas casas acostumbran a medir un metro sesenta centímetros de altura. Eso quiere decir que muchas personas que acceden lo primero que tienen que hacer es agacharse (eso les recuerda que si quieren entenderse con los demás deberán ser humildes). Una vez dentro, ambos contendientes se sientan uno enfrente del otro con un tronco como silla. Cuando, preso de la furia que genera la misma discusión, uno de ellos se levanta de golpe para abalanzarse sobre el contrario se da de cabeza con el techo. Eso le recuerda que con la agresividad no se arregla nada y solo se consigue sufrimiento. Seguro que con este antiguo, pero no menos efectivo, sistema será mucho más fácil alcanzar un acuerdo satisfactorio. Y todo ello gracias a que se han dado todos los condicionantes para que la palabra pueda fluir sin impedimentos.