dimecres, 8 de desembre del 2010

TRASTORNOS MENTALES MENORES EN ATENCIÓN PRIMARIA

  LA VISIÓN CON UN ANTROPÓLOGO MARCIANO

Por Juan Gérvas, médico general rural, Canencia de la Sierra, Garganta de los Montes y El Cuadrón (Madrid). Equipo CESCA, Madrid.Correo-e jgervasc@meditex.es


Ponencia para la mesa “Los trastornos mentales menores. De menores a frecuentes”, coordinada por Ander Retolaza. XXIV Congreso de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, Cádiz (España), 3 al 6 de junio de 2009.


Introducción, con una historia escolar
“En la escuela donde doy clase (soy de gimnasia)  llegó una maestra nueva este año, una especie de señorita Rottenmeyer, y de repente parece que en vez de escuela tengamos una clínica de diagnósticos para todo niño que no se adapta a ella: hay un tartamudo que no es tal, Pedro, pues en realidad sólo tartamudea con ella, luego está Ofelia, que la han derivado a salud mental con neurosis obsesiva (9 años), porque llora y tiene pánico a venir a clase... Cuando lo comenté con el director, me dijo “ya la conoces; es un tema delicado; es una compañera, -el corporativismo-; no te metas”…  “ya,  pero es que yo les doy clase, y me piden que me quede más rato para no estar con ella y veo el miedo en sus ojos... y sobre todo estamos en noviembre...” Reconozco que el tema me está afectando, pero es que entre  unos niños que vomitan antes de ir a la escuela, unos padres que creen que a sus hijos les pasa algo y unos compañeros que miran para otro lado o se suman a “detectar” casos clínicos... supongo que canalizo la frustración hacia escribir (como decía Gloria Fuertes, "en vez de echarme al odio o a la calle, escribo a lo que salga"...). Pero luego, a medida que continuaba escribiendo, el tema me iba pareciendo mucho más importante de lo que había previsto, y cuando lo comentaba con los compañeros les sonaba a chino. De hecho, en educación se está en la fase de prevención, del “prevencionismo”, y cuanto más precoz mejor, sin tener muy en cuenta la medicalización. La intención (de este  viaje a Ítaca) es crear opinión entre el profesorado (que es mi campo) y los servicios de salud (que es el tuyo)”.
Es el testimonio de una maestra que se conmueve con el sufrimiento de niños y padres. Una maestra espantada que pide ayuda a un profesional sanitario pues se sorprende por la transformación de la timidez infantil en “depresión”, de la inquietud del niño inteligente y despierto en “trastorno por déficit de atención con hiperactividad”, del miedo a la maestra rígida incompetente en “neurosis obsesiva”, del dolor abdominal y los vómitos ante la exigencia escolar en “intolerancia a la lactosa”, “dolor abdominal recidivante” o “síndrome de intestino irritable”, y demás.
¿Cómo hemos llegado a esto?
¿Cómo es posible que estemos transformando cualquier problema cotidiano en un problema de salud, en un “trastorno mental”?
¿Son los trastornos mentales menores realmente un problema de salud?
Intentaré dar respuesta a estas tres cuestiones en lo que sigue. Aunque he utilizado bibliografía apropiada que se cita al final, el punto de vista será eminentemente clínico y práctico, típico del médico general que pasa consulta a diario. Para mejor interpretarlo cuento con un antropólogo marciano. Sí, un “marcianólogo”  transmutado en antropólogo, nacido y criado en Marte, en la civilización que allí existe hace cien mil años, y que ha decidido finalmente mandar a un estudioso a tomar contacto con los humanos, y por un error menor cayó en Canencia de la Sierra (Madrid, España), en lugar de Washington (Distrito de Columbia, EEUU).

Dueños de un cerebro demasiado grande, ¿o es el cerebro el que nos posee?
La especie humana se caracteriza por ser bípeda. Ello conlleva un parto difícil en las hembras, y el típico dolor de espalda inespecífico en machos y hembras. También en ambos el andar de pie libera las extremidades superiores y permite el desarrollo de las manos con su capacidad para manipular objetos pequeños y delicados. En paralelo a las manos se desarrolla un cerebro hasta cierto punto monstruoso, pues es incapaz de entenderse a sí mismo.
Un cerebro que se asocia a auto-conciencia, a reflexión acerca del devenir de la vida, a capacidad de echar de menos a quienes murieron y a posibilidad de desarrollo de un lenguaje y una cultura que nos “poseen”, pero que es incapaz de comprenderse y conocerse a sí mismo después de múltiples y variados estudios biológicos y psicológicos y teorías científicas y filosóficas varias. Cabe por ello preguntarse si el cerebro no será sencillamente la expresión del alienígena que nos abduce a todos.
Pero tal alienígena debe ser un magma social, como bien demuestran las historias repetidas de niños-lobo. Esos niños que han perdido su infancia en el bosque donde consiguen supervivir y que luego fracasan casi inevitablemente al incorporarse a la sociedad. Ni son felices por reencontrar a sus congéneres ni son capaces de adquirir las habilidades lingüísticas y sociales mínimas para vivir entre iguales. Sucede como si nuestro monstruoso cerebro precisara en la infancia del contacto y del roce con otros cerebros parecidos para llegar a desarrollarse plenamente. El alienígena que nos abduce precisa en la infancia de energía mental y social compartida, diría el antropólogo marciano que nos observa. Para él ésta es una cuestión clave, pues no entiende de esa necesidad de tener un marco social y cultural para que se desarrollen plenamente circuitos aparentemente tan simples como los del lenguaje (desde el punto de vista del marciano nuestras capacidades lingüísticas son primitivas), aunque puede entender que sea necesario el contacto con humanos para desarrollar sentimientos complejos tipo la sensación de felicidad y de salud. Uno siempre es feliz o está sano en un contexto cultural y social determinado que marca las formas y expresiones de la felicidad y de la salud. En ese sentido, le digo yo al antropólogo marciano, uno siempre habla con otro (aunque el poeta dijo que “quien habla solo piensa un día con Dios hablar”) lo que quizá explica la necesaria interacción social para el desarrollo normal de las capacidades lingüísticas.
Pero es cierta la necesidad del contexto social en el enfermar, la conceptualización social de la salud y de la normalidad. Así, por ejemplo, la homosexualidad fue una enfermedad que exigía tratamiento (con apomorfina, principalmente, que a veces se complicaba y llegaba a matar) hasta bien avanzado el siglo XX en muchos países desarrollados, como el Reino Unido; en la actualidad sigue siendo pecado para muchas religiones, es enfermedad en multitud de naciones, y delito en otras tantas. Resulta difícil explicarle al antropólogo marciano el porqué de estas diferencias, que tal vez se funden en algunos componentes atávicos de nuestro cerebro.
Sostengo con el antropólogo marciano que nuestro cerebro es todavía un órgano inmaduro, que en el curso de la evolución irá adquiriendo independencia y necesitando menos y menos el contacto social y cultural para lograr su desarrollo pleno.
Quizá esa maduración también nos libere de la necesidad de drogarnos para soportarnos a nosotros mismos y a la sociedad en que nos desarrollamos y vivimos. Drogarnos con drogas de todo tipo o con otras formas más elaboradas de conseguirlo, como el trabajo sin límites, el deporte excesivo, el sexo compulsivo, la fe en algo absurdo, y demás. En cualquier caso hoy por hoy nuestro cerebro en cierta forma nos posee, quiere contacto con los iguales y necesita alguna droga para no desatarse. Hasta cierto punto los médicos están dispuestos a dar respuesta a ese “ansia de drogas” en forma de psicofármacos, justificados con diagnósticos más o menos esotéricos, del tipo de “trastorno por déficit de atención con hiperactividad”.

De brujos a (aparentes) médicos científicos
Sostiene Andreu Segura, salubrista catalán de pro, que el primer médico fue mujer prehistórica capaz de atender a otras mujeres en el parto. Después de discutir esta cuestión con el antropólogo marciano, que conoce a fondo la evolución humana, hemos llegado a la conclusión de que el primer médico fue miembro destacado de la tribu que consiguió convencer a lo suyos de que tenía un poder más o menos real de “sanación”, de forma que dejó el “trabajo” de búsqueda incesante del sustento. Es decir, el primer médico fue brujo o chamán con poderes sobre la conducta de sus iguales, tanto psicológicos como farmacológicos (plantas varias). Con estos poderes pudo especializarse en la ayuda a los que sufrían, y a cambio independizarse del agobio de encontrar comida para supervivir: lo hacían otros por él, para conseguir sus favores. Tiene algo de cruel esta sugerencia, pues transforma al médico primigenio en un ser humano dotado al tiempo de poderes de sanador y de manipulador; es decir, al tiempo sabía consolar y ayudar en la aflicción, en la enfermedad y en el morir (también en el nacer, obviamente), y sabía atemorizar para asegurarse su posición de miembro especializado, no activo en la caza ni en la recolección. Con el tiempo, tras miles de años de evolución, del sanador va quedando poco y del manipulador va aumentado su capacidad.
En todo caso, de lo que no cabe duda es que la evolución desde el brujo al médico actual sólo tiene una inflexión intensa cuando 1/ se intenta clasificar el sufrimiento a imitación de la clasificación de los seres vivos de Linneo, 2/ se introducen las ciencias biológicas, físicas y químicas en el diagnóstico y en el tratamiento de los pacientes (análisis de orina y sangre, síntesis de medicamentos, uso del termómetro, comprensión de la oxidación biológica, rayos X, etc.) con el consiguiente prestigio de los hospitales como lugar físico de esa “medicina científica”, y 3/ se logra que el individuo y la sociedad pierdan su capacidad de definir salud, enfermedad y factor de riesgo.
Esta tercera característica es la clave a finales del siglo XX y comienzos del XXI. La pérdida de la capacidad de definir salud amplia hasta al infinito el poder de los médicos, al tiempo que deja inerme a las poblaciones e individuos ante la enfermedad.
Por ejemplo, la salud del recién nacido y del bebé, y en general del niño, ya no depende de la opinión y experiencia ni de la madre ni de la abuela, ni de otras mujeres de la tribu o grupo social. Ahora el niño está sano sólo si lo determina el médico (o la enfermera como su delegada) una vez superado la “revisión del niño sano”.
Con esta “expropiación de la salud” todo el poder se da a los médicos que ya no sólo definen la enfermedad sino la salud, gran atrevimiento que no se ve como tal. De ahí su intromisión en los problemas de la vida diaria, de ahí su poder de definir como enfermedad (falta de salud) los casos comentados al comienzo de este texto, en la escuela. ¿Son los niños enfermos, o los enfermos somos los maestros y médicos audaces e imprudentes? Según el antropólogo marciano, los segundos ya que los primeros son simples víctimas.
En cualquier caso, lo clave es que la salud ya no se define por una experiencia personal sino por parámetros biológicos, o por escalas psicométricas que utilizan los médicos. La salud se convierte en medida y en norma. Estar sano es pertenecer a una media, a unos valores en un cierto intervalo que definen los médicos. Así, los niños que se salen de la norma, de los parámetros que un maestro puede valorar, caen pronto en manos de médicos y psicólogos que con medidas “científicas” determinan la anormalidad del niño, casi siempre seguida de la necesidad de tratamiento medicamentoso y/o psicológico.
La transformación de la salud en bio y psicometría deja inerme y sin valor al humano en los extremos, o fuera de ellos, al que entra y sale de una depresión sin pedir permiso a nadie, al que tiene una variación de la normalidad, al que no se adapta a un contexto, al que al tiempo quiere vivir y morir, al que simultáneamente siente amor y odio, al que tiene baches de ánimo y conducta y al que rechaza la estructura violenta de nuestra sociedad, entre otros (al que escribe esto, añade por lo bajinis el antropólogo marciano).
Estar sano ya no es sentirse sano, ya no es disfrutar de la vida y de sus inconvenientes. La salud ya no es capacidad para superar los inconvenientes de la vida y disfrutar de la misma (de hecho, en latín, dice el antropólogo marciano, salus alude a “estar en condiciones de superar un obstáculo”). Ahora la salud la definen los médicos con normas y medidas, y si el humano no cae dentro de las mismas es un enfermo, aunque no lo sepa y aunque pueda superar los obstáculos de la vida diaria. “¡Gran sorpresa!”, dice el antropólogo marciano al reflexionar sobre la ignorancia de los médicos que transforman a sanos ignorantes de sus males en enfermos dependientes de sus artes. Artes peligrosas, pues son cascadas diagnósticas y terapéuticas de incierto final, de forma que en muchos casos es peor el remedio que la enfermedad.
En mi opinión, lo que está enfermo es un entramado cultural que busca la salud como ausencia de todo mal/daño (físico, psíquico y social) y que aspira a la juventud eterna y a la ausencia de sufrimiento. Por supuesto, en ese entramado hay piezas clave, como la esotérica definición de salud de la Organización Mundial de la Salud, de 1946, tan perjudicial como errónea (“estado de perfecto bienestar físico, psíquico y social, y no sólo la ausencia de lesión o enfermedad”). Con la riqueza de las naciones y con la educación de las poblaciones mejora la salud a niveles desconocidos previamente, pero la vivencia personal es de amenaza continua de enfermar y de morir con la consiguiente aceptación de las reglas, normas y definiciones de los médicos que poseen un poder arrollador y manipulador, pues parecen dotados de capacidades cuasi-milagrosas, adornados con el éxito en casi cualquier cosa, con sus máquinas y métodos deslumbrantes, desde vacunar a operar sin dolor, desde curar neumonías a reparar fracturas, desde definir enfermedad a pre-enfermedad.
La cuestión de fondo es si el médico está renunciando a su papel de sanador para pasar a ser simple manipulador disfrazado de científico. Es decir, el problema es si el poder casi omnímodo con máquinas y utensilios lleva al abandono de la palabra, a la renuncia a la comprensión del sufrimiento, a no “tocar” al paciente (ni para la cortesía del saludo ni para la exploración física), a negar el efecto placebo de la empatía y a obviar el compromiso del médico en el seguimiento de la enfermedad y ante la muerte.
La Medicina Basada en Pruebas (mal traducido del inglés como “Medicina Basada en la Evidencia”, apunta el antropólogo impertinente) ha dado nueva fe en la ciencia al médico, que cree devenir científico, que renuncia a sus poderes sanadores, que se “independiza” del sufrir y de la experiencia del enfermar y del morir, y que traslada conocimientos obtenidos de la población a los pacientes individuales en la consulta con una inocencia imprudente y a veces mortal (sirva de ejemplo el deletéreo efecto de los “parches en la menopausia”).  Ser científico es ser neutral y frío, es no implicarse ni conmoverse, en dicha interpretación de la ciencia. Dice el antropólogo marciano que es incomprensible esa conversión a la ciencia del médico del siglo XXI, que es inadmisible esa fe de converso que arrasa la práctica clínica pues todo se funda en una ciencia poco fundamentada, “cogida con alfileres”, ciencia primitiva y pobre que no es ciencia ni es “ná” (el antropólogo marciano goza con las expresiones chelis).
Digo yo que mis compañeros no sólo no aguantan su cerebro de médicos (utilizan más drogas y se suicidan más que la población de su misma edad, sexo y situación socioeconómica) sino que evitan enfrentarse con lo que les es propio, con el sufrimiento y la muerte, porque ellos también aspiran a la juventud eterna, a la vida sin riesgo ni de enfermar ni de sufrir, al vivir sin inconvenientes y sin problemas. Se está así a un paso de transformar toda reacción ante los problemas diarios en enfermedad, en trastorno mental que requiere diagnóstico y tratamiento, que abarcaría desde el desagrado que nos crea la visión de un determinado vecino a la angustia vital, pasando por el agobio por no llegar en lo económico a final de mes. La salud ya no es capacidad de superar los inconvenientes y adversidades de la vida diaria sino la ausencia de todo inconveniente y adversidad; es decir, la salud es un imposible, y lo “normal” es estar enfermo, tener trastornos mentales y problemas sanitarios.
Todo se pone en contra del papel de sanador y a favor del manipulador. Este último se ve potenciado, además, por un mercado que incita al consumo sin satisfacción posible. Un mercado que va de la prevención al tratamiento. Prevención a veces agresiva, tratamientos a veces excesivos.

Precaución con la prevención (o la necesidad de poner coto a la prevención sin límites)
Lamentablemente, coincidiendo con la expropiación de la salud los médicos se han ido llenando de orgullo, como bien demuestra el atrevimiento preventivo. Por ejemplo, con las mujeres a las que someten a un verdadero encarnizamiento diagnóstico y terapéutico, con citologías de más (inútiles y peligrosas) y mamografías de cribaje de difícil justificación científica, y demás. El antropólogo marciano mantiene un obsesivo interés por la anatomía femenina que ve mucho más interesante que la masculina, y quizá por ello sea tan crítico con la prevención sin límites que se les ofrece a las mujeres, con graves consecuencias. Por ejemplo, muchos cánceres diagnosticados con la mamografía de cribaje nunca hubieran evolucionado, y muchos habrían desaparecido solos. Pero en su tratamiento se agobia y mutila a las mujeres, que además terminan agradecidas pues “me han salvado de morir por cáncer”. Pasa lo mismo con los varones y el cribaje con la determinación del PSA, que lleva a muchas septicemias, impotencias e incontinencias, pero todo vale con tal de “erradicar cánceres de próstata”, por más que muchos de ellos sean silentes acompañantes del vivir hasta morir de otra causa. No sé porqué esta cuestión interesa menos al antropólogo marciano, que ve a los varones como más torpes y tontos, lo que en su opinión justifica que mueran antes que las mujeres.
En todo caso, sería importante que el médico tuviera claro que no siempre es mejor prevenir que curar. Prevenir es actividad que se suele ejercer sobre sanos (o aparentemente sanos) y eso cambia completamente el contrato implícito entre el médico y el paciente, entre los profesionales sanitarios y la sociedad. Hasta la aparición de los factores de riesgo (y de las pre-enfermedades) existía un contrato de tolerancia a la actividad médica, pues se dirigía al consuelo del sufrimiento, al alivio del dolor, a la curación del enfermar, a ayudar a morir con dignidad. Así, por ejemplo, ante la sospecha de apendicitis la sociedad ha tolerado tasas de error hasta del 50%, en el supuesto de que el daño hecho es mucho menor que el beneficio obtenido.
Cuando se ofrece prevención la cuestión es muy distinta, pues de lo que no cabe duda es del daño hecho al sano (o aparentemente sano). Así, por ejemplo, al tratar de diagnosticar precozmente la depresión (actividad de prevención secundaria) podemos hacer daño a todos los que se someten a las pruebas, de forma a veces inesperada, y en todo caso hay una tasa inevitable de falsos positivos y falsos negativos en los que el daño es indudable y esperable. Conviene mantener la máxima de “todo cribaje conlleva daños; algunos se ven superados por los beneficios”.
Sin embargo, la prevención tiene una aureola positiva que le exime incluso de la necesaria precaución en su actividad. Por pura lógica, sostiene el antropólogo marciano, la prevención tienen efectos adversos, pues no hay actividad médica que carezca de ellos. Con el grave inconveniente, remacho yo, de que la prevención se hace sobre sanos (o aparentemente sanos). Me contesta el antropólogo marciano que eso se está solucionando, al transformar en enfermedad lo que son factores de riesgo o pre-enfermedades. Por ejemplo, dice, la hipertensión. La hipertensión no es una enfermedad sino un factor de riesgo para la insuficiencia cardiaca y el accidente cerebrovascular, pero se ha convertido ya en enfermedad de facto, y los pacientes y la sociedad toleran los graves inconvenientes y efectos adversos de su tratamiento y de su seguimiento. Los médicos y pacientes ignoran que los factores de riesgo no son causa de enfermedad, ni son suficientes ni necesarios para que se presente la enfermedad. Los factores de riesgo son simples asociaciones estadísticas. Pero en su nombre se inician millones de cascadas diagnósticas y terapéuticas, de enorme coste personal, social y económico. Por ejemplo, en la prevención del suicidio se transforman trastornos mentales menores, reacciones a inconveniencias y dificultades de la vida, en “depresión”, se cronifican cambios circunstanciales, se deriva al paciente a los servicios de salud mental, se da la baja laboral y se trata con antidepresivos y apoyo psicológico. Todo inútil y peligroso, con efectos adversos a veces no considerados. Así, por ejemplo, el estar de baja se asocia per se a mayor probabilidad de suicidio, más separaciones matrimoniales, peor expectativa laboral y más probabilidad de ludopatía y alcoholismo. ¡Flaco favor al “deprimido”, al que parten “pormedio”! dice el incontinente antropólogo marciano. Ignorancia científica, añado yo, de médicos que se consuelan ante su renuncia a ser sanadores con aquello de “… pero la calidad científica y técnica que ofrecemos es excelente”.  “¡Vamos ya!” remata el dichoso antropólogo.

Conclusión
Los trastornos mentales mayores agobian al paciente, a sus familiares y a los profesionales con sus síntomas y consecuencias. Así, por ejemplo, nos sobrecoge la visión de un esquizofrénico vagabundo durmiendo en un banco en el parque en una noche de invierno.
También debería sobrecogernos y conmovernos la imagen opuesta, la de esos niños transformados en enfermos crónicos por maestros desconcertados y por médicos generales inseguros, sometidos todos ellos a la tiranía de expertos e industria que actúan con verdadera malicia con tal de incrementar su poder y sus ventas.
Los trastornos mentales menores merecen la misma respuesta que los trastornos físicos menores. Es decir, la “espera expectante”, el simple “esperar y ver”, el “dar seguridad”, la escucha terapéutica y el puntual alivio sintomático.
Dice el antropólogo marciano que los médicos deberíamos pensar en prestar atención simultáneamente como sanadores y científicos, con una mezcla adecuada y en partes proporcionales según los casos y situaciones. Dice también que tendríamos que disminuir el poder de manipulación, poner límites a la prevención, ser prudentes en la definición de salud, fomentar la vivencia de la felicidad en nuestros pacientes (¡se puede incluso morir “sano” y feliz, sintiendo que el tiempo se cumple y es la hora!) y evitar el fácil recurso a los psicofármacos. Dice que está bien drogarse, pero sin pasarse. Dice que entre la Tierra y el Cielo no conviene el Érebo, que entre la luz cegadora y las tinieblas infernales caben las vidas terrenales, sencillas y complejas, alegres y confiadas. Dice que la vida vale la pena vivirla con y sin salud y que ésta no se puede reducir a normas y medidas. Dice que la felicidad y la salud están en nuestro interior, con cierto grado de ayuda exterior, aquí y en Marte. Dice que en Bután han contrapropuesto al “Producto Interior Bruto” la “Felicidad Interior Bruta” , y que no están tan locos ni son tan anormales al pensar en el desarrollo holístico de la sociedad y de los individuos.
Digo yo que lo que dice el antropólogo marciano está bien dicho.

 Bibliografía (por orden alfabético) (con exceso de referencias de las del autor, dice el antropólogo marciano)

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dijous, 29 de juliol del 2010

Conjurar la tristeza con píldoras

Los antidepresivos se convierten en el principal recurso para pacientes con malestar emocional - Los ciudadanos se vuelven intolerantes al sufrimiento y ven la felicidad como un derecho
I. DE LA FUENTE 06/04/2010

 Nadie le ha pedido explicaciones, pero prefiere estar ligeramente enferma a confesar que se siente infeliz. Sara entró hace unos días por la puerta de la consulta diciendo al doctor que se encontraba cada día más triste sin saber por qué y salió de allí con la receta de un conocido antidepresivo. No es algo excepcional. Sara forma ya parte de la estadística. Son muchos los pacientes aquejados de malestar emocional que, gracias a una medicación controlada, son capaces de asumir los claroscuros de su vida. Aunque lo suyo no sea una depresión. Por fortuna para ellos, porque la depresión clínica, endógena o exógena, es un mal profundo del que cuesta salir. Los antidepresivos más usados, desde la fluoxetina (el célebre Prozac) a los de última generación, se diseñan pensando en los enfermos reales. Sin embargo, la gran paradoja es que también se benefician de este arsenal farmacológico personas con leves cuadros depresivos o con dificultades emocionales. Personas que no deberían tomarlos en sentido estricto, pero que de hecho los consumen porque se los recetan.

Sólo el 20% de quienes toman antidepresivos sufre la enfermedad
La psicoterapia sería más eficaz, pero es cara para muchos pacientes
Sabemos muy poco de lo que pasa en la cabeza de la gente que se agobia
Uno de cada 10 adultos consume ansiolíticos de modo aislado o habitual



"No me importa hacer autocrítica: no siempre los recetamos para los verdaderos enfermos, sino para pacientes con otro tipo de sufrimiento. Y lo hacemos así porque funcionan", reconoce el psiquiatra del hospital Clinic de Barcelona Víctor Navarro. "No sabemos bien por qué les ayuda, porque es algo que no está avalado por estudios ni por la literatura médica, pero de hecho atenúa su situación", añade. Pese a todo, hay especialistas que consideran que para una mayoría de pacientes esos fármacos o son inútiles o actúan como meros placebos. El debate está ahí: ¿deben los médicos exigir que se padezca una profunda depresión para recetar antidepresivos o debe extenderse su influencia a los que sufren una tristeza inexplicable o en algunos casos lógica por haber sufrido una pérdida real?

Sara, administrativa, casada y madre de dos hijos, no se habría atrevido a automedicarse, pero una vez que tuvo la receta en la mano, pensó que tenía permiso para experimentar: ver si así la tristeza se evaporaba o si le resultaba más fácil vivir e ir cambiando su entorno. Hacía tiempo que se había perdido a sí misma: madrugones para el colegio, trabajo, atención a la pareja. ¿Dónde estaba ella? No aguantaba ese ritmo, se sentía desmotivada. Sabía que lo suyo no era una depresión. Pero mejor verse como enferma durante cierto periodo de tiempo que insatisfecha, irritable o melancólica.
Hay gente en la cuerda floja, aunque no esté enferma. Gente que no saldría de su edredón en todo el día si pudiera. No siempre por un decaimiento hondo, sino por un difuso y permanente malestar. Las suyas son pequeñas y diversas patologías fronterizas con la depresión. Aunque Víctor Navarro aclara que "o hay depresión o no la hay. Y en este caso hablamos de problemas adaptativos o de una tristeza generalmente lógica si a alguien le acaban de dar un palo emocional". Para un depresivo, el medicamento actúa casi al 100%; en otros casos ayuda en un porcentaje menor, no cambia sus patrones de vida. Aunque en apariencia se confundan, no es lo mismo tristeza que depresión. Incluso las personas permanentemente tristes reaccionan de forma positiva ante un regalo, una muestra de confianza o la compañía de un amigo. La depresión, por el contrario, es una desesperanza profunda: ni amigos ni placeres son capaces de removerla por sí solos.

En muchos malestares subyacen problemas adaptativos. Todo el mundo se está adaptando a algo, a una nueva responsabilidad o relación, a un nuevo jefe. Pero junto a esa realidad, Eudoxia Gay, ex coordinadora de Salud Mental de la provincia de Córdoba, sostiene que crece también la sensación de que el sufrimiento o la excesiva dificultad resultan ya intolerables. "Falta mucho aguante. En vez de afirmar: 'Me siento hecho polvo porque me han traicionado o mentido, o porque he fracasado, o me han prejubilado', la tendencia es que se recurre a la enfermedad para borrar con un analgésico nuestros resentimientos, odios, inseguridades", argumenta. "En parte, los responsables somos los sanitarios, al medicar ese malestar", admite Gay, miembro del patronato de la Fundación Castilla del Pino. Naturalmente, cada caso es único. "Cuando no se está bien, y se tienen alteraciones que los requieren, los fármacos son una opción eficaz". La psiquiatra piensa, sin embargo, que este culto al dios medicamento, esta atracción fatal por las farmacias, no es inocente. "Las mismas compañías aseguradoras no quieren hablar de tristezas y desánimos, por hondos que sean, y si se produce una baja al trabajo tiene que haber una enfermedad que la justifique", continúa.
"Una persona que se engancha al trabajo o a un problema y que por perfeccionismo o temperamento obsesivo está todo el día pum-pum, rumiando esa situación incluso cuando llega a su casa o está con sus amigos, no tiene depresión, pero al final si le das una medicación, le ayudas a desconectar", explica Navarro. "No cambias su vida, pero eliminas de ella causas de estrés". Aunque no dispone de datos contrastados, el psiquiatra del Clinic calcula que sólo un 20% de los que toman antidepresivos sufren la correspondiente enfermedad, mientras que a un 80% se les prescribe por distimia (ánimo bajo o trastorno depresivo leve) y problemas adaptativos.

En cualquier caso el malestar parece extenderse y son muchos los que sucumben a diario a esta pequeña sensación de infelicidad. A pesar de que "la gran patología no ha cambiado tanto: esquizofrenia, depresión clínica, cuadros psicóticos...", afirma Eudoxia Gay. "Puede que se hayan añadido algunas más como la anorexia o la bulimia, o la patología de la infancia", añade. "Esta última, en parte porque estaba abandonada como especialidad. Y porque empieza a descubrirse que la infancia no es siempre el paraíso y que los niños tienen depresiones y problemas. Entre otros, la gran exigencia sobre su comportamiento escolar y los horarios complicados: tienen que madrugar lo que nadie sabe para llegar al colegio y no disponen de mucho tiempo para jugar con sus padres o amigos. Hacemos la vida a la medida de los adultos, de los colectivos... Y los niños se ven exigidos por razones que desconocen", prosigue.
¿Qué está pasando? A las consultas llega cada vez más gente cargada de problemas existenciales. "El riesgo es que no se elaboren los conflictos, y que surja una cronicidad en el cuadro depresivo. Y que al buscar la solución, surja la dependencia", advierte la psiquiatra Eudoxia Gay. "Sería genial que hubiera más psicólogos en la Seguridad Social y que los pacientes, una vez pasado el estado lloroso inicial, contaran con ayuda especializada para solucionar por sí mismos sus problemas", declara Víctor Navarro por su parte. "Pero tenemos que jugar con lo que hay, y no puedes dejar a la gente sin nada". A muchos una psicoterapia les serviría más que una pastilla, "pero hay pacientes que no pueden permitirse pagar un psicólogo privado. En cuanto a otros, vemos de antemano, por su escasa disposición, que no se van a prestar a ninguna terapia", añade Navarro. "Eso no excluye que expliquemos al paciente que está triste por un hecho objetivo (una pérdida, un trauma, un disgusto grande), que va a seguir triste a pesar de la medicación. La tristeza lógica no se puede eliminar, y el antidepresivo lo único que hará será suavizar el duelo. Si se ha muerto su madre hace poco y va al cine con unos amigos, por ejemplo, podrá concentrarse en la película y evadirse unas horas, aunque al salir siga triste", agrega.

La gama de psicofármacos, clasificados por familias, es amplia: antipsicóticos, ansiolíticos, antidepresivos, hipnóticos, antiepilépticos... De ellos, los más consumidos son los antidepresivos y los ansiolíticos. En una década, el uso de los ansiolíticos por excelencia, las benzodiacepinas, se ha duplicado. Aunque las benzodiacepinas no se recetan sólo para trastornos de ansiedad, ese es el uso más extendido de este tipo de fármacos cada vez más democrático. En uno de los últimos estudios facilitado por la Agencia Española del Medicamento, se menciona que uno de cada diez españoles adultos reconoce haber tomado algún medicamento de esta familia de forma esporádica o continuada. Entre los antidepresivos, uno de los principios activos más recetados en estos momentos es escitalopram. Pasada la fiebre inicial por el Prozac que aún subsiste, uno de cada tres pacientes a los que se les prescribe ahora antidepresivos toma probablemente un preparado de escitalopram. De cualquier modo, los más usados son los antidepresivos ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina), de los que según los últimos datos disponibles se venden al año más de 15 millones de envases. Si a estos se suman los de otros antidepresivos, el consumo anual sobrepasa los 24 millones de cajas.
En medio de esta necesidad creciente de un ansiolítico o un antidepresivo, Gay teme que se desatienda a los psicóticos, justamente los que no se creen enfermos, mientras que otros, los neuróticos o deprimidos, copan las consultas.
Habitualmente, se considera que son las mujeres las que consultan con mayor frecuencia por un síndrome depresivo-ansioso. Los expertos dicen que o sufren más tensión o se muestran más receptivas a afrontar sus problemas. No siempre hay patologías menores. "De lo que se trata es de entender el significado de los síntomas e ir pactando cuándo se da la medicación y cuándo se quita. Hay que aceptar, en definitiva, que se tiene un problema, no una enfermedad".

La experiencia de la psicóloga Laura Rojas-Marcos es algo distinta. A su consulta privada de Madrid acuden, además, bastantes hombres. Pero con patologías asociadas al estrés y a un estilo de vida en el que abundan ingestas de alcohol u otros hábitos autodestructivos. Desde esa consulta, la psicóloga observa también algunas contradicciones. E incluso exageraciones: "El análisis de los problemas personales está floreciendo y la gente no tiene ya recelo a ir al terapeuta. Pero uno de los riesgos es sobreanalizarlo todo. Como decía Freud, a veces un cigarro es sólo un cigarro... No hay que darle tantas vueltas, sino relativizar.
Laura Rojas-Marcos piensa que hay gente que vive con una especie de depresión latente. Son deprimidos funcionales, aunque no tengan la enfermedad clínica. Además, la distimia acaba siendo una forma de ser. El paciente proclive ve amenazas en todas partes, es autoexigente y siempre quiere sacar un 10. "La labor del psicólogo puede ser desbrozar esa dinámica de bucle que lleva a algunos a rumiar sus problemas y a perderse en el bosque", prosigue Rojas-Marcos. Romper ese nudo emocional puede ser más útil que tomar una pastilla. Los antidepresivos curan la depresión, pero no la tristeza.

Un alto porcentaje de personas que han sufrido depresión alguna vez en la vida, sobre todo si no había una causa que lo motivara, pueden recaer pasado un tiempo si se quita la medicación. "Pero hay que correr ese riesgo y dar herramientas a la gente para que aprenda a defenderse por sí misma. Sabemos muy poco de lo que pasa en la cabeza de la gente que se agobia. No sabemos bien qué alteración hay, sólo se ha visto que mejoran... Hasta que no se conozca bien la causa es arriesgado pensar en otras alternativas".
A veces el psiquiatra lo que hace es poner nombre al malestar. Ansiedad, depresión, son palabras de dominio público, alteraciones que le pasan a uno y también al tendero. "Lo fácil es caer en la automedicación. Últimamente parece que todo el mundo lleva una bata blanca", señala Rojas-Marcos. En muchos casos, además, lo que preocupa al paciente no es la infelicidad sino el miedo a ser infelices. Pero "¿es la felicidad un derecho? Como mucho, la felicidad son destellos", apostilla Gay. "Y en todo caso, la felicidad, como la esperanza, ha de labrársela cada uno. Además, si los médicos fracasamos con un primer tratamiento entonces sí hemos construido un verdadero paciente", recuerda Eudoxia Gay.
Para esta psiquiatra destinada ahora al hospital Carranque de Málaga, uno de los problemas de hoy es que faltan "perfiles de personalidad. Se está promocionado un tipo de valores, sobre todo a través de programas de televisión para adolescentes, en los que no se va a lo hondo, ni se acude a la introspección, a preguntarse quién soy yo. No se valora la inteligencia, ni al maestro, ni al que trabaja... Se busca el prototipo exitoso", concluye.

Hay especialistas que, ante determinados pacientes, siguen la terapia del no tratamiento: "No, no está enfermo, está sufriendo y eso es algo que tiene que pasar usted". "Buscar el bienestar es un derecho, pero el precio no puede ser mayor que la propia salud. Es cuando menos paradójico que para mejorar te tengas que poner enfermo", concluye Eudoxia Gay.

dimarts, 6 de juliol del 2010

LA CULTURA DE LA TERAPIA

"La salvación del alma moderna, terapia, emociones y la cultura de la autoayuda"Eva Illouz Traducción de Santiago Llach

Katz. Madrid, 2010. 316 páginas. 19 euros

"Sin Freud, Woody Allen sería un inocentón patético y Tony Soprano un matón; existiría un Edipo pero no un complejo de Edipo". Esta cita de un número de la revista Newsveek de 2006 le permite a Eva Illouz arrancar el relato sobre las transformaciones que la psicología y el lenguaje de la terapia ha provocado en las sociedades avanzadas a partir de Estados Unidos. Todo empezó con el enorme éxito de Freud en América y su adopción por el pragmatismo americano. En el principio fue la empresa, el primer territorio en que la psicología produjo innovaciones importantes a partir del control de las emociones y de la optimización de las relaciones laborales. Pero de la empresa se pasó inmediatamente a la familia, acosada por su incipiente proceso de democratizació n. Y convertida en un territorio de conflictividad creciente. Y de ahí a los medios de comunicación que ejercieron un papel determinante en la difusión del discurso terapéutico y en el proceso de banalización de su lenguaje que "ha aplanado nuestra imaginación y nuestra experiencia emocional". Hasta que, finalmente, penetró por completo en el Estado, en trance de configurar argumentos para el bienestar, y en una sociedad civil, que necesitaba un nuevo discurso del yo sobre el que asentar las relaciones interpersonales.

De modo que las instituciones centrales de la sociedad estadounidense fueron penetradas por el cuerpo de conocimiento de la psicología. Y el idioma de la terapia se convirtió en lenguaje cultural omnipresente, pieza fundamental del episteme de la comunicación en que estamos inmersos. En este proceso se produjeron convergencias inesperadas -y, en cierto sentido, involuntarias- como la de la psicología y el feminismo, que Eva Illouz describe perspicazmente. Ambos contribuyeron poderosamente a la demolición de la familia tradicional, utilizando como arietes la negociación verbal y el control emocional. La psicología construyó nuevos puentes entre dos esferas tan relacionadas como el trabajo y la familia, creando codificaciones lingüísticas y emocionales que se irán extendiendo por toda la sociedad.

Una vez establecido el mapa de orientación de estas transformaciones, Eva Illouz señala las consecuencias principales de este cambio: la disolución de los límites culturales (privado/público, masculino/femenino) que se traduce en la explosión pública de lo privado, a través de un lenguaje socializado por los medios de comunicación como es el terapéutico. La transferencia al espacio privado del lenguaje de la productividad, bajo la forma de competencia emocional, que en el mundo del trabajo es representado por uno de los grandes tópicos contemporáneos, la figura del liderazgo, es decir, la habilidad para manejar a la vez sentimientos, relaciones interpersonales e interés propio. Y la ubicación del yo como pieza articular de esta transformació n, "emplazamiento principal para el manejo de las contradicciones de la modernidad", conforme a las técnicas que la psicología ofrece para orientarse en territorios como el lugar de trabajo o la familia que cierta democratizació n ha convertido en más caóticos. De ello es fácil deducir el desarrollo de una nueva forma de desigualdad: el capital emocional, que otorga clara ventaja competitiva al que es más capaz de controlarlo y utilizarlo en los diferentes escenarios de la familia, del trabajo y de la comunicación.

El argumento de Eva Illouz podría resumirse así: la terapia se ha convertido en "lingua franca de la nueva clase de los servicios en la mayoría de los países con economías capitalistas avanzadas porque brinda el juego de herramientas para que los yos desorganizados puedan manejar las conductas de sus vidas en las organizaciones sociopolíticas contemporáneas". Pero este lenguaje, como ocurre siempre, triunfa sobre la negación de otros discursos o sobre la construcción de nuevos tabúes. Eva Illouz señala el eclipsamiento verbal y la sustitución de la religión por la psicología.

Por eclipsamiento verbal entiende "el amplio proceso mediante el cual una actividad verbal cada vez mayor interfiere con decisiones que requieren que usemos la 'intuición', la 'perspicacia' o el juicio rápido. Irónicamente, la ideología de los psicólogos termina reificando el concepto mismo de personalidad".

La segunda cuestión es la del sufrimiento. Uno de los aspectos más cuestionables del discurso terapéutico está "en los modos en que produce placer". "Cuanto más se sitúan las causas del sufrimiento en el yo, más se comprende el yo en términos de sus problemas, y más numerosas son las enfermedades 'reales' del yo que se producirán". Si el sufrimiento se ha reducido a un problema que debe ser manejado por expertos de la psiquis, "la perturbadora pregunta en relación con la distribución del sufrimiento (¿por qué los inocentes sufren y los malos prosperan?) ha sido reducida a una banalidad sin precedentes": sufre el que maneja mal sus emociones. La psicología "cumple así a la perfección con uno de los objetivos de la religión: explicar, racionalizar y, en última instancia, siempre, justificar el sufrimiento". Bajo la pátina del hedonismo, las sociedades avanzadas viven en la angustia. El alma moderna también se salva en el sufrimiento.

JOSEP RAMONEDA 03/07/2010

dilluns, 10 de maig del 2010

SOBRE LA EFICACIA DE LA PSICOTERAPIA PSICODINAMICA O PSICOANALITICA

LA APA PUBLICA UN ARTÍCULO DE REVISIÓN SOBRE LA EFICACIA DE LA PSICOTERAPIA PISCODINÁMICA


En el último número de la revista American Psychologist, publicación de la American Psychological Association (APA), se ha editado un artículo de revisión sobre la eficacia de la psicoterapia psicodinámica. El artículo tiene como uno de sus objetivos rebatir la creencia generalizada sobre la ausencia de evidencia empírica a favor de los conceptos y tratamientos psicodinámicos, así como la idea de que otras formas de tratamiento presentan una eficacia superior. 
En el artículo, Shedler, autor del mismo, comienza describiendo con detalle lo que se considera terapia psicodinámica y pasa después a realizar una revisión exhaustiva sobre la evidencia empírica disponible acerca de la eficacia de esta psicoterapia tanto a corto como a medio-largo plazo.
Las Características de la Terapia Psicodinámica
El autor define la psicoterapia psicodinámica o la psicoterapia psicoanalítica, -términos que en el artículo se utilizan de manera indistinta-, como un amplio rango de técnicas y tratamientos que se fundamentan en conceptos y métodos psicoanalíticos, y que se basan en un menor número de sesiones, tratándose de intervenciones más cortas en el tiempo que el psicoanálisis propiamente dicho. Así, según manifiesta el autor, la esencia de la psicoterapia psicodinámica es la de explorar aquellos aspectos del "self" que no se conocen en profundidad y, en especial, aquellos que se manifiestan a lo largo de la terapia y podrían estar influyendo en la propia relación terapéutica y en la vida cotidiana de la persona. Para ello, continúa explicando el autor, habitualmente la frecuencia de las sesiones es de una o dos por semana y la terapia puede ser delimitada en el tiempo o bien sin tiempo definido.
En relación con esta definición, el autor especifica las características que, a su juicio, definen y representan a la terapia psicodinámica, tal y como hoy se conceptualiza y se aplica, fundamentándose en la revisión realizada por de Blagys y Hilsenroth (2000).

CARACTERÍSTICAS DEFINITORIAS Y DISTINTIVAS DE LA PSICOTERAPIA PSICODINÁMICA ACTUAL

Focalización en el afecto y en la emoción.

La terapia psicodinámica fomenta la exploración y la discusión de un amplio rango de emociones por parte del paciente. Para ello, el papel del terapeuta es el de guiar esta exploración y ayudar al paciente a poner en palabras y a describir sus sentimientos, incluyendo aquellos que son contradictorios, amenazantes, problemáticos o aquellos que se niegan o no se aceptan. Consecuentemente, este tipo de psicoterapia enfatiza la emoción frente al pensamiento, priorizando el insight emocional frente al racional, puesto que el primero es mucho más profundo y podría interferir, según el autor, en el cambio, a pesar de que a nivel intelectual se comprenda claramente qué, por qué y cómo habría de producirse dicho cambio.

Exploración de los intentos de evitar los pensamientos y sentimientos estresantes.

Esta evitación, que a nivel teórico se denominaría resistencia o defensa, podría adoptar muchas formas diferentes (p. ej., no asistir o llegar tarde a la sesión, ser evasivo en ciertas respuestas o ante ciertos temas relevantes). No obstante, también puede manifestarse de un modo mucho más sutil como, por ejemplo, centrarse en temas más circunstanciales o menos relevantes y externos a uno mismo, en vez de en aquellos que son más internos y, por tanto, más relevantes psicológicamente para el paciente. Shedler refleja que es tarea del terapeuta psicodinámico redirigir la atención de manera activa hacia estas evitaciones y explorarlas.

Identificación de temas y patrones psicológicos recurrentes.

Otra de las funciones del terapeuta psicodinámico es la de identificar los temas y patrones recurrentes en cuanto a los sentimientos y a los pensamientos, así como sobre el propio autoconcepto y las relaciones interpersonales y experiencias que se tienen en la actualidad. En muchos casos, el paciente es consciente de estos temas recurrentes, aunque no sea capaz de cambiarlos, pero en otros casos el terapeuta ha de ayudarle a reconocer estos patrones y a comprenderlos.

Discusión de la experiencia pasada o atención al desarrollo del paciente.

En relación con la identificació n de los temas y patrones recurrentes, el autor indica que la terapia psicodinámica considera que es importante el conocimiento y la compresión de cómo la experiencia pasada, fundamentalmente la más temprana y la relacionada con las figuras de apego del paciente, afecta a las experiencias y relaciones en el presente. La tarea del terapeuta es la de guiar en la exploración y en este análisis, enfatizando la relación entre el pasado y el presente, así como los procesos por los que se mantienen en la actualidad. Todo ello con el objetivo de ayudar al paciente a que se libere de los procesos del pasado que le están influyendo negativamente en su presente.

Atención a las relaciones interpersonales.

En la terapia psicodinámica, se enfatizan las relaciones y experiencias interpersonales (lo que, según indica en su artículo Shedler, a nivel teórico se denomina relaciones objetales o de apego), puesto que el autoconcepto y la personalidad se desarrollan en este marco. Por ello, las dificultades psicológicas a menudo aparecerían cuando los patrones interpersonales problemáticos interfieren con la capacidad para acceder a sus necesidades emocionales.

Atención a la relación terapéutica.

La relación terapeuta-paciente es importante, en el sentido de que es una relación significativa con un elevado contenido emocional. Por ello, es muy posible que muchos de los temas y patrones recurrentes de carácter disfuncional emerjan también durante las sesiones (p. ej., la persona que tiende a desconfiar de los demás, también puede mostrarse suspicaz ante el terapeuta). Esto es lo que en la teoría psicodinámica se denominaría transferencia y contratransferencia, que aporta una experiencia única, según indica el autor, para explorar y trabajar estos temas en vivo con el objetivo de fomentar una mayor flexibilidad en las relaciones interpersonales y una mayor capacidad de conocer dichas necesidades.

Exploración de las fantasías vitales.

Explica el autor que, la terapia psicodinámica enfatiza que el paciente hable libremente, frente a otras concepciones terapéuticas más sistemáticas y protocolarizadas. Esto incluye también sus deseos, sus miedos, sus fantasías o su sueños, que se consideran importantes fuentes de información sobre cómo se ve el paciente a sí mismo y a los otros. En consecuencia, el objetivo terapéutico no es sólo la remisión del síntoma psicopatológico, sino también el desarrollo y el fortalecimiento de las capacidades y los recursos personales a través de los procesos de autorreflexió n, autoconocimiento y autoexploració n. 

La Evidencia Empírica Disponible sobre la Eficacia de la Psicoterapia en General

Desde hace varias décadas, en el campo de la Psicología clínica y de la salud, los diferentes meta-análisis llevados a cabo evidencian la eficacia de la psicoterapia en general o de los tratamientos psicológicos, puesto que, tal y como se indica en el artículo, los tamaños del efecto encontrados en diferentes revisiones cuantitativas son elevados (d = 0,62–0,75) frente a la ausencia de tratamiento o el grupo control.

Es más, esta eficacia es, según muestra el artículo, claramente muy superior a la derivada del tratamiento farmacológico, cuya magnitud oscila entre pequeña y media-baja (d = 0,17–0,31), tal y como se concluye en diferentes meta-análisis realizados sobre la eficacia de diferentes tipos de psicofármacos, y como se refleja en el artículo de la publicación de la APA.

La Evidencia Empírica Disponible sobre la Eficacia de la Terapia Psicodinámica

Una vez realizada la revisión de todos los estudios y meta-análisis sobre la eficacia de la terapia psicodinámica, el autor concluye lo siguiente:

La evidencia empírica disponible ha mostrado que la terapia psicodinámica es eficaz en un amplio rango de condiciones o problemas psicológicos (p. ej., depresión, ansiedad, trastornos somatomorfos, trastornos de la conducta alimentaria, problemas relacionados con el abuso de sustancias o diferentes trastornos de personalidad) y poblaciones.

En el mismo sentido, esta eficacia no sólo se ha evidenciado a corto plazo, sino también a medio o largo plazo.

Así mismo, se han demostrado índices elevados de eficacia para ciertos trastornos de personalidad, especialmente para el trastorno límite de la personalidad, superando, por ejemplo, a la terapia conductual dialéctica.

A la luz de la revisión cuantitativa realizada en este artículo, y tal y como subraya el autor del mismo, la literatura empírica sobre la eficacia de los tratamientos psicodinámicos presenta algunas limitaciones, que no suponen más que retos futuros para el avance científico en esta área. Indica el autor que, aunque cada vez hay un mayor número de estudios empíricos que evalúan la eficacia de la terapia psicodinámica con adecuados criterios metodológicos, éste es aún pequeño, por lo que se hace necesario continuar trabajando en esta línea.



El artículo original puede encontrarse en la revista American Psychologist:

Shedler, J. (2010). The efficacy of psychodynamic psychotherapy. American Psychologist, vol. 65, 2, 98-109.

dijous, 22 d’abril del 2010

RECHAZO DEL SABER Y (DES)INSERCION

RESUMEN DE LA CONFERENCIA INAUGURAL PRONUNCIADA POR HEBE TIZIO EN LA JORNADA “Rebuig del saber i (des)inserció. Trastorn Mental Greu, Autisme i Fracàs Escolar”.


La expresión rechazo del saber recubre diferentes aspectos. Por una parte hay un saber que está en la base de la subjetividad y que tiene que ver con la forma que tiene el sujeto de obtener satisfacción. Está en el núcleo mismo de la subjetividad y el sujeto no quiere saber nada de eso.

Por otra parte tenemos el saber que se enseña en la escuela, el saber del conocimiento, para acceder al cual siempre se pone en juego el consentimiento del sujeto y por tanto su subjetividad, por lo que siempre se acompaña de un rechazo. Al igual que en la oralidad se da la alternancia incorporación/rechazo.

Esto constituye la paradoja de la estructuración de la subjetividad: el niño debe aprender para que la subjetividad se anude, pero aprende sobre un rechazo, lo que produce una profunda división que muestra que los aprendizajes se sostienen sobre unos previos del sujeto.

Los aprendizajes escolares no son meras adquisiciones de contenidos sino que constituyen operaciones muy complejas que tocan la subjetividad. Tenemos como ejemplos los signos de puntuación (elemento regulador pulsional, en cuya ausencia nos encontraríamos ante una lectura autista), las operaciones aritméticas, el uso de los pronombres, las dificultades para unir o separar las letras,...

Cuando se da un fracaso en alguna de estas operaciones es que hay dificultades con la subjetividad que está en juego, es como si lo más íntimo de uno se hiciera exterior (siempre hay algo de lo nuestro que se nos escapa). En este sentido la ficción permite envolver algo de los que no se puede nombrar. Tenemos el ejemplo de los terrores nocturnos, que se dan en un momento de la vida donde el sujeto percibe que hay en ésta algo amorfo. Posteriormente esto podrá ser jugado con la ficción del terror, como es el caso del cuento, que permite horrorizarse por un lobo externo, poniendo así distancia ante la invasión de los propios sentimientos de terror.

Hay que ver como se expresa el rechazo y qué consecuencias se desprenden del mismo. A veces en el rechazo al aprendizaje se juegan otras cuestiones, aspectos que remiten simbólicamente a la historia del sujeto, y a veces una pregunta permite acceder a esa significación. Vemos así que aun en la conducta más descabellada se encuentra siempre una defensa y por tanto existe una relación lógica. Quien sabe, en el sentido de luchar para introducir un orden en lo amorfo que lo invade, es el sujeto mismo.

Freud en sus escritos hace referencia a que la enseñanza ha de respetar la particularidad de cada uno, y así se ha de enseñar no en función de los propios ideales del enseñante sino sobre la base de las predisposiciones del sujeto. Cada naturaleza se desarrolla según su ley interna, que hay que respetar. En este sentido muchos fenómenos de rechazo tienen que ver con el intentar forzar esa ley, lo que genera transferencia negativa.

El enseñante tiene que poder soportar la distancia entre sus propios ideales y la predisposición del sujeto.

Nos encontramos así que en el acto de enseñar está en juego la respuesta del sujeto y la del que enseña, donde cada sujeto señalará hasta donde está dispuesto a llegar en función de su particularidad.

Siempre hay algo en el saber que pone en contacto con lo más íntimo de cada uno, lo que a su vez provoca un rechazo, y de esta manera siempre se aprende y se olvida. En este sentido hablar de memoria es también hablar de olvido.

En ocasiones el fracaso escolar puede ser un no. El estilo constituye lo más personal de cada uno, lo mejor y lo peor de uno mismo, donde el sujeto se posiciona para poder manejarse con eso. Es por esta base subjetiva por lo que tenemos que admitir que no todo es educable. Cuando no se puede admitir esto nos encontramos con profesionales que en el acto de enseñar en realidad realizan un ataque a la forma que tiene el sujeto de obtener satisfacción, ante lo que el sujeto puede responder diciendo no o bien adoptando una actitud de sumisión.

Educación versus información. La información se procesa desde la subjetividad del sujeto, lo que hace que no todo sea educable. De lo contrario con proporcionar la información sería suficiente para resolver los problemas que se plantean tanto en el proceso educativo como en la clínica, y en la práctica vemos que no es así.

A veces lo más íntimo de uno es rechazado cuando se aprecia en el otro. Se controlan así rasgos del otro porque tienen resonancias en los propios. Lo más rechazado suele ser así lo más propio, lo más íntimo, pero puesto a distancia y manifestándose como un rechazo al goce del otro, cuando de lo que se trata es de entender que el otro hace una demanda para regular su goce, lo que se consigue ayudándole a sintomatizar. El síntoma se concibe así como mensaje, como envoltorio para que el malestar pueda empezar a tratarse.

En general los sujetos no se quejan de su fracaso escolar, son los padres o la escuela quienes lo hacen, pero también hay una demanda escondida en el niño y por eso hay que preguntar al sujeto. La respuesta “no se“ ya es una primera llamada al otro, una primera posibilidad de recibir ayuda.

En educación la idea de “todo es posible” constituye una idea totalizadora, en tanto no contempla que en el proceso de forzar las resistencias que impiden el cambio pueda haber limitaciones. Hay que respetar los estilos de vida de cada uno y asumir que no se trata de borrarlos sino de dar recursos para la inserción social, aceptando que a veces el sujeto no quiere ser insertado o bien lo está en otros circuitos.

Formalizar cualquier práctica profesional (trabajar sobre un tema) constituye un ejercicio de separación. La experiencia solo es válida si se puede transmitir a otros, lo que obliga a poner distancia respecto al tema, dar un paso en explicar, transmitir, convirtiéndose así en una puesta a prueba de la dimensión del saber.

Esta separación implica trabajar con un intervalo asumiendo la soledad del acto del profesional, lo que nadie puede hacer por él. Hay una clínica del saber y cuando uno bordea el agujero del no saber muchas veces se retrocede.

Cuando desde el lado de los profesionales la denuncia o la queja son constantes dejan de ser una herramienta de cambio para convertirse en una forma de colaboración con el discurso dominante, se trata entonces de una denuncia no productiva, que no se transforma en un curso de acción sino que deviene inercia.

La transferencia inicialmente no es un concepto del campo educativo, pero ésta existe fuera del psicoanálisis y es la que sostiene el acto educativo, si bien también se causa. El modelo educativo actual tiende a anular la transferencia.

Cuando uno trabaja a nivel profesional está trabajando su propio síntoma. En este sentido el éxito le revitaliza, mientras que el fracaso hace enfermar. Por otra parte todas las prácticas estandarizadas matan el deseo y entonces la inercia y el malestar se van apoderando del sujeto hasta que éste enferma.

Esto trae como consecuencia que el profesional vaya perdiendo progresivamente su función, el sostenimiento de la misma, y abusando del control. Se pierde así la dimensión de hacerse reconocer como autoridad y se pasa al autoritarismo. La autoridad se gana, no se impone.

Así pues hay que ver cual es la posición que el profesional adopta respecto de su función, y partir de la base de que toda función tiene una misión orientativa, y en este sentido a veces el excesivo celo en hacer cumplir las normas hace que el mismo profesional se desautorice. Es importante tener presente que la función del adulto no es solo la de satisfacer las necesidades del niño sino la de mediar la relación entre el niño y el mundo y ayudarle a regular la dimensión pulsional.

Por otra parte hay que tener en cuenta que esta función reguladora del adulto es siempre parcial, y en aquello que se puede regular siempre está en juego la propia posición del adulto. Tendríamos el ejemplo de las nuevas tecnologías donde se va mostrando la progresiva autoexclusión del adulto respecto de estos temas. En esta función reguladora el adulto ha de dejarse enseñar por el otro, se trata de ver como uno trabaja su propio no saber. Es importante que el adulto pueda dejarse enseñar para ver que es lo que realmente tiene que regular.

Hay sujetos que no desean insertarse y en cada caso hay que ver los motivos. En el caso de ciertas psicosis estaría el hecho de que la relación con el otro se torna rápidamente persecutoria. Entonces se trata de ver que es lo más adecuado para cada sujeto.

Todo lo que es del orden de lo imperativo hace que a veces lo que para nosotros es inserción para el sujeto represente desinsertarse de su propia estructura.

Hay que reconocer el derecho a la desinserción si bien con todos los recursos de la protección social.

Los diferentes profesionales siempre trabajamos alrededor de lo mismo. Aquello que nos atrae, lo que despierta nuestro interés es siempre aquello que tiene resonancia con aspectos propios. Se trata entonces de poner al sujeto en esa situación y ver que es lo que despierta su interés, y eso no se puede imponer.

El sujeto se sirve de lo que le va bien y con eso construye lo que puede. Nosotros podemos dar herramientas, pero quien realiza la construcción última es él y no siempre realiza aquella que nosotros esperamos.

También hay que respetar al profesional cuando en él se produce un rechazo al otro porque toca algo de lo propio que para él mismo se hace insoportable.

dilluns, 1 de febrer del 2010

PSICOANÀLISI SEGLE XXI


Manifest
“A favor de la subjectivitat”

Des dels seus orígens, la psicoanàlisi ha estat atenta als avatars de cada època i a les formes simptomàtiques amb les quals es manifesta el patiment. Com a discurs i com a pràctica clínica, ha privilegiat la defensa de la subjectivitat com a irrenunciable, ja que es tracta del més valuós de l‘ésser humà, amb les seves paradoxes i contradiccions.

La seva pràctica i la seva teoria s’han anat desenvolupant al llarg de més de cent anys i han estat la base de la formació de moltes generacions de professionals: psicoanalistes, psicòlegs, psiquiatres i psicoterapeutes, sense oblidar la funció clau que ha tingut en la formació complementària de tots aquells que fan de la seva tasca professional una relació assistencial: metges, infermeres, educadors, treballadors socials, mestres,…Per altra banda, las connexions de la psicoanàlisi amb l’art i les seves diverses manifestacions (cinema, arts plàstiques, literatura, música, teatre, “performance”,..) també han estat constants i han generat fructíferes produccions.



Les aplicacions terapèutiques de la psicoanàlisi han permès que avui dia estigui present en moltes institucions, públiques i privades, dedicades a l’assistència i a la prevenció, tant en salut mental com en serveis socials, educació, toxicomanies, atenció precoç, justícia, serveis de salut en general, i en l’ anàlisi institucional i de les organitzacions.



Tanmateix, actualment, des de forts prejudicis ideològics, sense rigor i amb un ampli desconeixement de l’abast del mètode i la teoria psicoanalítica, es qüestiona la seva vigència com a pràctica clínica en aquest nou segle XXI i es pretén la seva desaparició de les institucions públiques. Aquests prejudicis no són en absolut aliens al compromís i a les servituds que tenen molts grups d’opinió i de pressió respecte a interessos econòmics diversos.

En el moment actual, assistim al progressiu avenç d’una clínica cada vegada menys dialogant, més indiferent a les manifestacions del patiment psíquic, aferrada als protocols i a l’abús de la medicació generalitzada com a “solucions eficaces”.



Per tot això,

MANIFESTEM la nostra defensa d’un model assistencial on la paraula sigui un valor a promoure i on cada persona sigui considerada en la seva particularitat. La defensa de la dimensió subjectiva implica una confiança en les invencions, recursos sempre singulars, que en cada persona es posen en joc per tractar tot allò que se li revela com a insuportable, com a estrany a si mateixa, però, d’altra banda, tan familiar. Confiar en el subjecte es confiar en les seves respostes possibles, les quals si bé poden ser qüestionades, mai no poden ser ignorades.



MANIFESTEM el nostre rebuig al pensament i a les polítiques imperants que fan de la seguretat un “metavalor”, amb menyspreu de les llibertats i els drets; a les polítiques que, amb el pretext de les bones intencions i la recerca del “bé” del subjecte, el redueixen un càlcul del seu rendiment, a un factor de risc o a un índex de vulnerabilitat que ha de ser eliminat per tècniques imperatives, moltes vegades assimilades a la domesticació.



MANIFESTEM el nostre compromís en contribuir a l’enfortiment de la intel·ligència reflexiva, profunda i plural, dins de la qual també hi tingui cabuda la visió que es pugui aportar des del vèrtex de l’observació psicoanalítica, com a teoria en si mateixa i com a pràctica que te com a centre d’atenció el subjecte.



La Plataforma que ara es constitueix, s’ofereix com un espai obert a tots aquells que rebutgen la reducció actual del subjecte a una xifra, a un protocol, a un informe curricular, a un funcionament programat i assimilat a la condició de cosa.



Aquesta Plataforma neix amb la voluntat de ser un punt de trobada en la societat i d’intercanvi entre professionals (psicoanalistes, psiquiatres, psicòlegs, metges, infermeres, treballadors i educadors socials, docents, psicopedagogs, antropòlegs, sociòlegs, filòsofs, juristes, …), artistes, escriptors, responsables polítics i ciutadania per a compartir i aportar reflexions sobre les diverses formes contemporànies del malestar en la civilització i sobre les respostes possibles.



Volem, amb la nostra opinió, contribuir a un debat públic, ampli, plural i obert, i convidem a totes aquelles persones que s’hi sentin implicades, a participar activament en esta iniciativa.







Les persones interessades en afegir la seva signatura a aquest Manifest, poden fer-ho a la següent adreça:

psicoanalisissigloxxi@gmail.com indicant nom, cognoms i DNI.

diumenge, 31 de gener del 2010

EL CHICO ROTULADO Y EL NIÑO IDEAL


Autora: Beatriz Janin
Solemos pensar la infancia desde la idea que hemos construido, a lo largo de la propia vida, sobre lo que es un niño: representación forjada en base a la conjunción de lo que nos han transmitido, de las propias vivencias y de lo que la sociedad propone como modelo de niño. Pero esta representación de lo que se supone que debe ser un niño, de los niños ideales, choca contra los niños reales, de verdad, con los que nos encontramos cotidianamente. Y esto trae dificultades.
Un niño, en principio, es un sujeto en constitución que es parte de un mundo familiar, escolar, social. Y hay diferentes culturas, y diferentes espacios para el niño en cada cultura. Hoy existe una exigencia desmedida en relación a qué debería hacer todo sujeto en los primeros años de su vida. Así, se supone que debe poder incluirse en una institución a los dos años, debe aprender a leer y a escribir antes del ingreso a primer grado, debe soportar ocho horas de escolaridad a los seis años (a veces antes) y debe estar gran parte de esas horas quieto, atento y respetando normas.
Y no hay tiempo de juego. Suele haber espacios reglados para el juego, en momentos y espacios delimitados, pero no para jugar, libremente, solo o con quien se quiera jugar, sin adultos que reglen esa actividad.
Frente a esto son muchas las situaciones en las que los niños rompen lo esperable, rompen con ese ideal de niño.
Por otro lado, me parece que, en la época actual –que no es seguramente peor que otras pero tiene características específicas–, solemos lanzar a los niños a una excitación excesiva, sin sostén y sin posibilidades de metabolizar a través del juego lo que les pasa.
Esto determina ciertos funcionamientos que aparecen como patológicos y que no pueden pensarse sin tener en cuenta las condiciones familiares y sociales que los producen. Así, ¿cómo entender que un niño repita las palabras de la televisión mucho antes que las de sus padres? ¿O que sean tantos los niños sobreexcitados, que hablan de sexo en términos pornográficos, aludiendo a imágenes vistas en Internet? ¿Cómo pensarlo sin tener en cuenta el exceso de “pantallas” en reemplazo a vínculos con otros?
Esto, en un mundo en el que los adultos también nos sentimos muy presionados, exigidos en exceso. Así, padres y docentes suelen suponerse fracasados si los hijos o los alumnos no cumplen con aquello que la sociedad demanda.
Hay una especie de enjuiciamiento mutuo, en el que tanto padres como maestros se suponen juzgados por el rendimiento del niño en la escuela. Se podría decir que el narcisismo de los padres y de los maestros se sostiene en el éxito de los hijos o alumnos, a la vez que éstos constituyen su imagen de sí en el vínculo con esos adultos. Así, el fracaso escolar de un niño sea vivido como un terremoto que no deja nada en pie, en tanto es un golpe también para padres y maestros.
Lo que prima es la idea de exclusión social y de un futuro incierto. Frente a esto, suele aparecer la necesidad de resolver todo rápidamente, sin dar lugar a la duda. Ese niño debe acomodarse, ya, a lo que se espera de él, de modo que todos recuperemos la tranquilidad perdida.


“Trastorno generalizado”

Un niño está triste. Llora permanentemente, en la casa y en la escuela. Los padres se desesperan. Un profesional dice: “Es una depresión, hay que medicar”. Los padres dudan y hacen otra consulta. El niño quiere hablar. Cuando se lo escucha, manifiesta el temor a crecer y a separarse de los padres. Y, cuando revisamos su historia y hablamos de sus sueños, empieza a pensar salidas posibles, y deja de llorar todo el día. ¿Qué hubiese pasado si se lo medicaba rápidamente? ¿Cuántas cuestiones hubiesen quedado obturadas, sin resolver? ¿Qué dependencia hubiésemos creado y a qué lugar de niño problema (diferente del de un niño que presenta problemas en ese momento) lo hubiésemos encadenado?
En la niñez, un sujeto se va constituyendo como tal. Es una época de apertura de caminos y también de armado de repeticiones. Las identificaciones, los deseos, las normas y prohibiciones internas y los modelos se constituyen en esta etapa. Pero esa estructuración se da en relación a otros, que son los que libidinizan, otorgan modelos identificatorios, transmiten normas e ideales. Y son los que le devuelven al niño, como un espejo, una imagen de sí. Esta imagen constituye un soporte fundamental frente a los avatares de la vida. La posibilidad de quererse a uno mismo, de valorarse, tiene como fuente esa representación de nosotros mismos que nos fue otorgada durante los primeros años.
Esto hace muy necesario plantearse la responsabilidad que tenemos todos los que trabajamos con niños. Responsabilidad que se acrecienta cuando somos los que diagnosticamos, porque ¿cómo constituir el narcisismo si se ha puesto un sello invalidante?, ¿cómo sentirse valioso si se es rotulado y clasificado como portador de un “síndrome”? ¿Cómo investir libidinalmente el mundo y a sí mismo desde ese lugar de “menos”? ¿Cómo podrán los padres mirar a ese niño si lo que les devuelven es que es un “déficit de...” o un “trastorno generalizado...” o algún otro “trastorno”? En lugar de la esperanza, en lugar de ser alguien que va desplegando potencialidades, se es deficitario de entrada.
Y esto no impide reconocer que hay niños que presentan, tempranamente, problemas, algunas veces severos. Pero es muy diferente plantear que un niño tiene tales posibilidades y que, además, tiene tales conflictos, que pueden ir superándose, a sostener que fue y será siempre así.
Por ejemplo: Un niño de diez años es traído a tratamiento con el diagnóstico de ADHD (sigla en inglés para “trastorno por déficit de atención con hiperactividad”). Los padres lo describen como “insoportable”, tanto en la escuela como en la casa. En el transcurso de la entrevista, me cuentan que fue adoptado a los cinco años, que hasta los dos vivió con su mamá y que a partir de allí estuvo en una institución. Pero, dicen, no se muestra agradecido sino desafiante, enojado con el mundo. Si un niño que fue separado de sus padres biológicos por maltrato, que pasó varios años institucionalizado, está peleado con el mundo, ¿será por un problema neurológico? ¿O habrá que ayudarlo a elaborar todo lo vivido impensable, esas marcas, vacíos, silencios, las huellas del dolor que dejó en él su historia? Y deberá entenderse que “ser agradecido” no es un don con el que se nace, sino resultado de un recorrido.
Es fundamental que se consulte tempranamente cuando un niño presenta dificultades, porque el trabajo en los primeros años de la vida puede impedir años de sufrimiento. Pero, también, el profesional que es consultado por un niño pequeño deberá tener en cuenta que los niños cambian, crecen, que un niño es un sujeto marcado por el contexto. Así, pueden abrirse caminos novedosos si se propician modificaciones tanto en el niño como en el entorno. He visto niños que no hablaban a los cuatro años y que no podían aprender a leer y a escribir a los seis y que a los catorce años –luego de años de tratamiento psicológico– tienen una vida social e intelectual semejante a la de cualquier niño (con algún año de retraso escolar en relación con la media o con dificultades puntuales, que también podrán ir variando).
René Kaës dice: “El grupo que nos precede, en particular algunos de sus miembros que son para el infans sus representantes, este grupo nos sostiene y nos mantiene en una matriz de investiduras y de cuidados, predispone signos de reconocimiento y de convocación, asigna lugares, presenta objetos, ofrece medios de protección y de ataque, traza vías de cumplimiento, señala límites, enuncia prohibiciones”. (Transmisión de la vida psíquica entre generaciones, ed. Amorrortu, 1996.) Nadie se constituye como sujeto de un modo aislado, sino en el intercambio con otros que lo libidinizan, le transmiten normas e ideales, le dan modelos de identificación. Y si esos otros suponen que aquel que tendría que cumplir sus sueños es portador de un déficit, este golpe narcisista marcará el vínculo, el modo en que ese niño será mirado, las palabras y silencios que le serán dirigidos. Se pensará ya tempranamente en él como un discapacitado, mucho antes de darle tiempo a desplegar posibilidades.
Esto es particularmente difícil en una sociedad que tiende a mostrar el futuro como temible. En tanto los adultos estamos angustiados y temerosos en relación con el futuro (lo cual se acrecienta con la actual crisis mundial), les transmitimos a los niños las propias sensaciones de desvalimiento e incertidumbre.
Así, se les sugiere a los niños que, cuando sean grandes van a sufrir; se los amenaza con el crecimiento. En lugar del antiguo “Cuando seas grande vas a poder...”, se ha pasado a un amenazante “Cuando seas grande, ya vas a ver”. Y es bastante habitual que los niños digan: “No quiero crecer”; “Quiero seguir siendo bebé...”.


“¿No seré un...?”

Suele ocurrir que, cuando leemos la descripción de cualquier patología, en algún rasgo nos identificamos y, rápidamente, podemos suponer que “tenemos” tal o cual “cuadro”. La dificultad radica en que pasamos de la descripción sintomática, de lo que aparece, lo observable, a una definición totalizadora; una proposición descriptiva pasa a ser explicativa. Así, cualquiera que se busque en el DSM IV (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) se encontrará, en tanto termina enumerando casi todas las dificultades humanas. Es decir, termina siendo un catálogo de conductas.
Esto, que puede llevar a errores importantes cuando se hace con adultos, es mucho más grave cuando está en juego un niño (y en este caso son otros los que lo rotulan). Porque el rótulo se torna vaticinio y el futuro pasa a ser temible.
En un libro (patrocinado por un laboratorio farmacéutico) escrito por madres de niños diagnosticados con “trastorno por déficit de atención con hiperactividad”, una madre relata que el neurólogo, al darle el diagnóstico, le dijo que, si no se trataba bien, el niño podía “inclinarse al lado oscuro”; la madre le preguntó si eso implicaba que podría terminar en prisión, y la respuesta fue que sí. El testimonio de esta madre continúa: “Este temor, aún hoy, después de cinco años, me acompaña en más ocasiones de las que quisiera, por mí y sobre todo por mi hijo, pues soy consciente de que me bloquea y me genera una tensión continua, por intentar mirar con lupa cada paso que damos”. ¿Qué efecto puede producir en un niño que la madre esté permanentemente mirándolo, suponiendo que todo lo que ella y el padre del niño hacen debe ser calculado, porque el riesgo es que el niño termine en prisión? ¿Cómo marca esto los vínculos en esa familia?
¿Por qué se insistirá en catalogar a los niños, en ubicarlos como deficitarios, ubicándose los profesionales desde un ya-sabido, desde certezas que los llevan a clasificar al otro casi sin conocerlo, perdiendo la singularidad? Quizá porque pensar desde la complejidad y ubicar al otro como humano es difícil, en tanto angustiante, en tanto me puedo reconocer en el otro como semejante y en sus miedos y en sus dolores como cercanos. Y entonces se pueden borrar los límites entre un mundo de “sanos” y otro de “enfermos”. Todo se torna variable, las fronteras no son tan claras y quedamos, también los profesionales, expuestos.
Los niños nos exponen particularmente, porque nos recuerdan nuestros miedos infantiles, los dolores a los que no pudimos ponerles palabras, nuestros terrores, las pesadillas que ocupaban las noches y también las dificultades para movernos en el mundo tal como los adultos exigían.


(La autora es Directora de las carreras de especialización en psicoanálisis con niños y adolescentes de la UCES y de la APBA. Texto extractado del trabajo “De diagnósticos y tratamientos. Cuando la pastilla reemplaza a la palabra”).