dijous, 29 de juliol del 2010

Conjurar la tristeza con píldoras

Los antidepresivos se convierten en el principal recurso para pacientes con malestar emocional - Los ciudadanos se vuelven intolerantes al sufrimiento y ven la felicidad como un derecho
I. DE LA FUENTE 06/04/2010

 Nadie le ha pedido explicaciones, pero prefiere estar ligeramente enferma a confesar que se siente infeliz. Sara entró hace unos días por la puerta de la consulta diciendo al doctor que se encontraba cada día más triste sin saber por qué y salió de allí con la receta de un conocido antidepresivo. No es algo excepcional. Sara forma ya parte de la estadística. Son muchos los pacientes aquejados de malestar emocional que, gracias a una medicación controlada, son capaces de asumir los claroscuros de su vida. Aunque lo suyo no sea una depresión. Por fortuna para ellos, porque la depresión clínica, endógena o exógena, es un mal profundo del que cuesta salir. Los antidepresivos más usados, desde la fluoxetina (el célebre Prozac) a los de última generación, se diseñan pensando en los enfermos reales. Sin embargo, la gran paradoja es que también se benefician de este arsenal farmacológico personas con leves cuadros depresivos o con dificultades emocionales. Personas que no deberían tomarlos en sentido estricto, pero que de hecho los consumen porque se los recetan.

Sólo el 20% de quienes toman antidepresivos sufre la enfermedad
La psicoterapia sería más eficaz, pero es cara para muchos pacientes
Sabemos muy poco de lo que pasa en la cabeza de la gente que se agobia
Uno de cada 10 adultos consume ansiolíticos de modo aislado o habitual



"No me importa hacer autocrítica: no siempre los recetamos para los verdaderos enfermos, sino para pacientes con otro tipo de sufrimiento. Y lo hacemos así porque funcionan", reconoce el psiquiatra del hospital Clinic de Barcelona Víctor Navarro. "No sabemos bien por qué les ayuda, porque es algo que no está avalado por estudios ni por la literatura médica, pero de hecho atenúa su situación", añade. Pese a todo, hay especialistas que consideran que para una mayoría de pacientes esos fármacos o son inútiles o actúan como meros placebos. El debate está ahí: ¿deben los médicos exigir que se padezca una profunda depresión para recetar antidepresivos o debe extenderse su influencia a los que sufren una tristeza inexplicable o en algunos casos lógica por haber sufrido una pérdida real?

Sara, administrativa, casada y madre de dos hijos, no se habría atrevido a automedicarse, pero una vez que tuvo la receta en la mano, pensó que tenía permiso para experimentar: ver si así la tristeza se evaporaba o si le resultaba más fácil vivir e ir cambiando su entorno. Hacía tiempo que se había perdido a sí misma: madrugones para el colegio, trabajo, atención a la pareja. ¿Dónde estaba ella? No aguantaba ese ritmo, se sentía desmotivada. Sabía que lo suyo no era una depresión. Pero mejor verse como enferma durante cierto periodo de tiempo que insatisfecha, irritable o melancólica.
Hay gente en la cuerda floja, aunque no esté enferma. Gente que no saldría de su edredón en todo el día si pudiera. No siempre por un decaimiento hondo, sino por un difuso y permanente malestar. Las suyas son pequeñas y diversas patologías fronterizas con la depresión. Aunque Víctor Navarro aclara que "o hay depresión o no la hay. Y en este caso hablamos de problemas adaptativos o de una tristeza generalmente lógica si a alguien le acaban de dar un palo emocional". Para un depresivo, el medicamento actúa casi al 100%; en otros casos ayuda en un porcentaje menor, no cambia sus patrones de vida. Aunque en apariencia se confundan, no es lo mismo tristeza que depresión. Incluso las personas permanentemente tristes reaccionan de forma positiva ante un regalo, una muestra de confianza o la compañía de un amigo. La depresión, por el contrario, es una desesperanza profunda: ni amigos ni placeres son capaces de removerla por sí solos.

En muchos malestares subyacen problemas adaptativos. Todo el mundo se está adaptando a algo, a una nueva responsabilidad o relación, a un nuevo jefe. Pero junto a esa realidad, Eudoxia Gay, ex coordinadora de Salud Mental de la provincia de Córdoba, sostiene que crece también la sensación de que el sufrimiento o la excesiva dificultad resultan ya intolerables. "Falta mucho aguante. En vez de afirmar: 'Me siento hecho polvo porque me han traicionado o mentido, o porque he fracasado, o me han prejubilado', la tendencia es que se recurre a la enfermedad para borrar con un analgésico nuestros resentimientos, odios, inseguridades", argumenta. "En parte, los responsables somos los sanitarios, al medicar ese malestar", admite Gay, miembro del patronato de la Fundación Castilla del Pino. Naturalmente, cada caso es único. "Cuando no se está bien, y se tienen alteraciones que los requieren, los fármacos son una opción eficaz". La psiquiatra piensa, sin embargo, que este culto al dios medicamento, esta atracción fatal por las farmacias, no es inocente. "Las mismas compañías aseguradoras no quieren hablar de tristezas y desánimos, por hondos que sean, y si se produce una baja al trabajo tiene que haber una enfermedad que la justifique", continúa.
"Una persona que se engancha al trabajo o a un problema y que por perfeccionismo o temperamento obsesivo está todo el día pum-pum, rumiando esa situación incluso cuando llega a su casa o está con sus amigos, no tiene depresión, pero al final si le das una medicación, le ayudas a desconectar", explica Navarro. "No cambias su vida, pero eliminas de ella causas de estrés". Aunque no dispone de datos contrastados, el psiquiatra del Clinic calcula que sólo un 20% de los que toman antidepresivos sufren la correspondiente enfermedad, mientras que a un 80% se les prescribe por distimia (ánimo bajo o trastorno depresivo leve) y problemas adaptativos.

En cualquier caso el malestar parece extenderse y son muchos los que sucumben a diario a esta pequeña sensación de infelicidad. A pesar de que "la gran patología no ha cambiado tanto: esquizofrenia, depresión clínica, cuadros psicóticos...", afirma Eudoxia Gay. "Puede que se hayan añadido algunas más como la anorexia o la bulimia, o la patología de la infancia", añade. "Esta última, en parte porque estaba abandonada como especialidad. Y porque empieza a descubrirse que la infancia no es siempre el paraíso y que los niños tienen depresiones y problemas. Entre otros, la gran exigencia sobre su comportamiento escolar y los horarios complicados: tienen que madrugar lo que nadie sabe para llegar al colegio y no disponen de mucho tiempo para jugar con sus padres o amigos. Hacemos la vida a la medida de los adultos, de los colectivos... Y los niños se ven exigidos por razones que desconocen", prosigue.
¿Qué está pasando? A las consultas llega cada vez más gente cargada de problemas existenciales. "El riesgo es que no se elaboren los conflictos, y que surja una cronicidad en el cuadro depresivo. Y que al buscar la solución, surja la dependencia", advierte la psiquiatra Eudoxia Gay. "Sería genial que hubiera más psicólogos en la Seguridad Social y que los pacientes, una vez pasado el estado lloroso inicial, contaran con ayuda especializada para solucionar por sí mismos sus problemas", declara Víctor Navarro por su parte. "Pero tenemos que jugar con lo que hay, y no puedes dejar a la gente sin nada". A muchos una psicoterapia les serviría más que una pastilla, "pero hay pacientes que no pueden permitirse pagar un psicólogo privado. En cuanto a otros, vemos de antemano, por su escasa disposición, que no se van a prestar a ninguna terapia", añade Navarro. "Eso no excluye que expliquemos al paciente que está triste por un hecho objetivo (una pérdida, un trauma, un disgusto grande), que va a seguir triste a pesar de la medicación. La tristeza lógica no se puede eliminar, y el antidepresivo lo único que hará será suavizar el duelo. Si se ha muerto su madre hace poco y va al cine con unos amigos, por ejemplo, podrá concentrarse en la película y evadirse unas horas, aunque al salir siga triste", agrega.

La gama de psicofármacos, clasificados por familias, es amplia: antipsicóticos, ansiolíticos, antidepresivos, hipnóticos, antiepilépticos... De ellos, los más consumidos son los antidepresivos y los ansiolíticos. En una década, el uso de los ansiolíticos por excelencia, las benzodiacepinas, se ha duplicado. Aunque las benzodiacepinas no se recetan sólo para trastornos de ansiedad, ese es el uso más extendido de este tipo de fármacos cada vez más democrático. En uno de los últimos estudios facilitado por la Agencia Española del Medicamento, se menciona que uno de cada diez españoles adultos reconoce haber tomado algún medicamento de esta familia de forma esporádica o continuada. Entre los antidepresivos, uno de los principios activos más recetados en estos momentos es escitalopram. Pasada la fiebre inicial por el Prozac que aún subsiste, uno de cada tres pacientes a los que se les prescribe ahora antidepresivos toma probablemente un preparado de escitalopram. De cualquier modo, los más usados son los antidepresivos ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina), de los que según los últimos datos disponibles se venden al año más de 15 millones de envases. Si a estos se suman los de otros antidepresivos, el consumo anual sobrepasa los 24 millones de cajas.
En medio de esta necesidad creciente de un ansiolítico o un antidepresivo, Gay teme que se desatienda a los psicóticos, justamente los que no se creen enfermos, mientras que otros, los neuróticos o deprimidos, copan las consultas.
Habitualmente, se considera que son las mujeres las que consultan con mayor frecuencia por un síndrome depresivo-ansioso. Los expertos dicen que o sufren más tensión o se muestran más receptivas a afrontar sus problemas. No siempre hay patologías menores. "De lo que se trata es de entender el significado de los síntomas e ir pactando cuándo se da la medicación y cuándo se quita. Hay que aceptar, en definitiva, que se tiene un problema, no una enfermedad".

La experiencia de la psicóloga Laura Rojas-Marcos es algo distinta. A su consulta privada de Madrid acuden, además, bastantes hombres. Pero con patologías asociadas al estrés y a un estilo de vida en el que abundan ingestas de alcohol u otros hábitos autodestructivos. Desde esa consulta, la psicóloga observa también algunas contradicciones. E incluso exageraciones: "El análisis de los problemas personales está floreciendo y la gente no tiene ya recelo a ir al terapeuta. Pero uno de los riesgos es sobreanalizarlo todo. Como decía Freud, a veces un cigarro es sólo un cigarro... No hay que darle tantas vueltas, sino relativizar.
Laura Rojas-Marcos piensa que hay gente que vive con una especie de depresión latente. Son deprimidos funcionales, aunque no tengan la enfermedad clínica. Además, la distimia acaba siendo una forma de ser. El paciente proclive ve amenazas en todas partes, es autoexigente y siempre quiere sacar un 10. "La labor del psicólogo puede ser desbrozar esa dinámica de bucle que lleva a algunos a rumiar sus problemas y a perderse en el bosque", prosigue Rojas-Marcos. Romper ese nudo emocional puede ser más útil que tomar una pastilla. Los antidepresivos curan la depresión, pero no la tristeza.

Un alto porcentaje de personas que han sufrido depresión alguna vez en la vida, sobre todo si no había una causa que lo motivara, pueden recaer pasado un tiempo si se quita la medicación. "Pero hay que correr ese riesgo y dar herramientas a la gente para que aprenda a defenderse por sí misma. Sabemos muy poco de lo que pasa en la cabeza de la gente que se agobia. No sabemos bien qué alteración hay, sólo se ha visto que mejoran... Hasta que no se conozca bien la causa es arriesgado pensar en otras alternativas".
A veces el psiquiatra lo que hace es poner nombre al malestar. Ansiedad, depresión, son palabras de dominio público, alteraciones que le pasan a uno y también al tendero. "Lo fácil es caer en la automedicación. Últimamente parece que todo el mundo lleva una bata blanca", señala Rojas-Marcos. En muchos casos, además, lo que preocupa al paciente no es la infelicidad sino el miedo a ser infelices. Pero "¿es la felicidad un derecho? Como mucho, la felicidad son destellos", apostilla Gay. "Y en todo caso, la felicidad, como la esperanza, ha de labrársela cada uno. Además, si los médicos fracasamos con un primer tratamiento entonces sí hemos construido un verdadero paciente", recuerda Eudoxia Gay.
Para esta psiquiatra destinada ahora al hospital Carranque de Málaga, uno de los problemas de hoy es que faltan "perfiles de personalidad. Se está promocionado un tipo de valores, sobre todo a través de programas de televisión para adolescentes, en los que no se va a lo hondo, ni se acude a la introspección, a preguntarse quién soy yo. No se valora la inteligencia, ni al maestro, ni al que trabaja... Se busca el prototipo exitoso", concluye.

Hay especialistas que, ante determinados pacientes, siguen la terapia del no tratamiento: "No, no está enfermo, está sufriendo y eso es algo que tiene que pasar usted". "Buscar el bienestar es un derecho, pero el precio no puede ser mayor que la propia salud. Es cuando menos paradójico que para mejorar te tengas que poner enfermo", concluye Eudoxia Gay.

dimarts, 6 de juliol del 2010

LA CULTURA DE LA TERAPIA

"La salvación del alma moderna, terapia, emociones y la cultura de la autoayuda"Eva Illouz Traducción de Santiago Llach

Katz. Madrid, 2010. 316 páginas. 19 euros

"Sin Freud, Woody Allen sería un inocentón patético y Tony Soprano un matón; existiría un Edipo pero no un complejo de Edipo". Esta cita de un número de la revista Newsveek de 2006 le permite a Eva Illouz arrancar el relato sobre las transformaciones que la psicología y el lenguaje de la terapia ha provocado en las sociedades avanzadas a partir de Estados Unidos. Todo empezó con el enorme éxito de Freud en América y su adopción por el pragmatismo americano. En el principio fue la empresa, el primer territorio en que la psicología produjo innovaciones importantes a partir del control de las emociones y de la optimización de las relaciones laborales. Pero de la empresa se pasó inmediatamente a la familia, acosada por su incipiente proceso de democratizació n. Y convertida en un territorio de conflictividad creciente. Y de ahí a los medios de comunicación que ejercieron un papel determinante en la difusión del discurso terapéutico y en el proceso de banalización de su lenguaje que "ha aplanado nuestra imaginación y nuestra experiencia emocional". Hasta que, finalmente, penetró por completo en el Estado, en trance de configurar argumentos para el bienestar, y en una sociedad civil, que necesitaba un nuevo discurso del yo sobre el que asentar las relaciones interpersonales.

De modo que las instituciones centrales de la sociedad estadounidense fueron penetradas por el cuerpo de conocimiento de la psicología. Y el idioma de la terapia se convirtió en lenguaje cultural omnipresente, pieza fundamental del episteme de la comunicación en que estamos inmersos. En este proceso se produjeron convergencias inesperadas -y, en cierto sentido, involuntarias- como la de la psicología y el feminismo, que Eva Illouz describe perspicazmente. Ambos contribuyeron poderosamente a la demolición de la familia tradicional, utilizando como arietes la negociación verbal y el control emocional. La psicología construyó nuevos puentes entre dos esferas tan relacionadas como el trabajo y la familia, creando codificaciones lingüísticas y emocionales que se irán extendiendo por toda la sociedad.

Una vez establecido el mapa de orientación de estas transformaciones, Eva Illouz señala las consecuencias principales de este cambio: la disolución de los límites culturales (privado/público, masculino/femenino) que se traduce en la explosión pública de lo privado, a través de un lenguaje socializado por los medios de comunicación como es el terapéutico. La transferencia al espacio privado del lenguaje de la productividad, bajo la forma de competencia emocional, que en el mundo del trabajo es representado por uno de los grandes tópicos contemporáneos, la figura del liderazgo, es decir, la habilidad para manejar a la vez sentimientos, relaciones interpersonales e interés propio. Y la ubicación del yo como pieza articular de esta transformació n, "emplazamiento principal para el manejo de las contradicciones de la modernidad", conforme a las técnicas que la psicología ofrece para orientarse en territorios como el lugar de trabajo o la familia que cierta democratizació n ha convertido en más caóticos. De ello es fácil deducir el desarrollo de una nueva forma de desigualdad: el capital emocional, que otorga clara ventaja competitiva al que es más capaz de controlarlo y utilizarlo en los diferentes escenarios de la familia, del trabajo y de la comunicación.

El argumento de Eva Illouz podría resumirse así: la terapia se ha convertido en "lingua franca de la nueva clase de los servicios en la mayoría de los países con economías capitalistas avanzadas porque brinda el juego de herramientas para que los yos desorganizados puedan manejar las conductas de sus vidas en las organizaciones sociopolíticas contemporáneas". Pero este lenguaje, como ocurre siempre, triunfa sobre la negación de otros discursos o sobre la construcción de nuevos tabúes. Eva Illouz señala el eclipsamiento verbal y la sustitución de la religión por la psicología.

Por eclipsamiento verbal entiende "el amplio proceso mediante el cual una actividad verbal cada vez mayor interfiere con decisiones que requieren que usemos la 'intuición', la 'perspicacia' o el juicio rápido. Irónicamente, la ideología de los psicólogos termina reificando el concepto mismo de personalidad".

La segunda cuestión es la del sufrimiento. Uno de los aspectos más cuestionables del discurso terapéutico está "en los modos en que produce placer". "Cuanto más se sitúan las causas del sufrimiento en el yo, más se comprende el yo en términos de sus problemas, y más numerosas son las enfermedades 'reales' del yo que se producirán". Si el sufrimiento se ha reducido a un problema que debe ser manejado por expertos de la psiquis, "la perturbadora pregunta en relación con la distribución del sufrimiento (¿por qué los inocentes sufren y los malos prosperan?) ha sido reducida a una banalidad sin precedentes": sufre el que maneja mal sus emociones. La psicología "cumple así a la perfección con uno de los objetivos de la religión: explicar, racionalizar y, en última instancia, siempre, justificar el sufrimiento". Bajo la pátina del hedonismo, las sociedades avanzadas viven en la angustia. El alma moderna también se salva en el sufrimiento.

JOSEP RAMONEDA 03/07/2010